Opinión | El contrapunto

Vías Dolorosas y otras cuestiones

El volcán en erupción en La Palma.

El volcán en erupción en La Palma. / EFE

Históricamente fue esa calle de Jerusalén, la Vía Dolorosa, la antigua Cardus Maximus, eje central de la Aelia Capitolina. En ella los cristianos conmemoramos desde hace siglos el itinerario que tomó nuestro señor Jesucristo camino de la crucifixión. También reflexioné sobre las trágicas noticias que nos llegan de la isla de La Palma. No puedo evitar el recordar con emoción el año en el que estuve empadronado en Gran Canaria, en San Bartolomé de Tirajana, en tierras de antiguos y terroríficos volcanes, restos petrificados de otras y muy lejanas épocas. Fue en 1994. Tuve el privilegio de trabajar entonces en uno de los grandes hoteles de aquella isla mágica. Desde sus ventanales divisaba la inmensidad del Atlántico, más allá del Faro de Maspalomas y las dunas, doradas e interminables. Lo he dicho en más de una ocasión: si no existiese Andalucía, viviría ahora en una de las ocho islas. En las que por supuesto incluyo a La Graciosa. Las amo. A todas. Por eso, pienso ahora, consternado y con inquietud, en aquellos frágiles y edénicos lugares.

Muy amablemente me habían invitado recientemente a participar en la nueva reunión para la puesta en marcha de los trabajos de la Convención Europea del Paisaje en el marco del Consejo de Europa. Se celebrará este encuentro en Palma de Mallorca; a principios de este mes de octubre. Durante los días 6 y 7. Aunque apremiantes obligaciones familiares me lo han impedido. Esta vez no podré unirme a mis amigos y colegas de la Convención del Paisaje. Lo que me ha causado un innegable pesar. Al fin y al cabo, estas convocatorias de nuestro Consejo de Europa son muy importantes. Pues no dejan de ser un casi heroico y muy necesario acto de fe. Además de un modélico y siempre oportuno ejercicio moral de eticidad y fidelidad a unos principios sagrados.

¿Existe en este atribulado planeta un objetivo cívico que pueda merecer más respeto que este emocionante tratado internacional, la Convención Europea del Paisaje, creado exclusivamente para la protección de los patrimonios naturales y culturales de la humanidad? Creo que no. Por esto, les deseo a mis buenos amigos toda clase de éxitos y aciertos. Nos va mucho en ello. Y también para España y los españoles. Demasiadas veces hemos sido un ejemplo más que notorio de lo que no se debe hacer. Con la responsabilidad de la carga, insostenible en no pocos casos, a las que hemos sometido a algunas de nuestras hermosas zonas costeras, otrora paradisíacas. Dejando muchas veces, para las nuevas generaciones, el deprimente legado de algunos de los litorales más esquilmados del planeta. Tanto por el cemento que no cesa, como por la especulación, ya con ritmos oncológicos, sin frenos ni complejos.

Conservo el excelente artículo de José Antonio Sau, recientemente publicado en La Opinión de Málaga (el 25 de septiembre pasado): «Málaga agota la vía administrativa y estudia ir al juzgado por el hotel». Parece que el Ministerio de Cultura se enfrenta al Ayuntamiento y al Puerto de Málaga, rechazando la atrocidad urbanística que representaría para la capital malagueña el proyecto patrocinado por esas instituciones locales y sus socios. El posible proyecto del futuro rascacielos, al que tememos y conocemos como la Torre de Málaga y que tantas reacciones adversas está cosechando actualmente entre la ciudadanía malagueña, sigue ahí. Como una atroz pesadilla.

Alude el informe ministerial a «la existencia de indicios suficientes de expoliación que el proyecto Torre del Puerto supone para el patrimonio cultural de la ciudad de Málaga». Argumentándose que el citado proyecto «altera de manera irreversible el paisaje histórico» que hasta ahora ha caracterizado a la ciudad de Málaga.

Guardaré cuidadosamente ese valiente y lúcido texto de José Antonio Sau y la foto que lo ilustra. Como también lo haré con un delicioso librito de historias de la Málaga milenaria que recibí la pasada semana. Gracias a la generosidad de su autor, mi buen amigo y maestro, Alfonso Vázquez. Su último capítulo – «Demolición»- es un inteligente y animoso canto de esperanza dedicado a los horizontes que Europa, Málaga y su buena gente no pueden ni deben perder.