Opinión | 725 palabras

¡Uy...!

Las interjecciones, especialmente las interjecciones propias, son tan libres ellas, que, por lo general, carecen de ataduras en cuanto a sus raíces. Ellas son su propia raíz

Lo crea o no, amable leyente, mientras esperaba que alguna idea generosa viniera a socorrerme para acometer el presente artículo, me ha llovido una interjección. Silente y ligera, con la donosura ingrávida de una frágil pluma, ha ido desvolando y desvolando grácilmente los vientos hasta que, como un bulano, se ha posado con levedad sobre mi folio, aún en blanco.

Uy se ha posado y, tras desperezarse, como el mismísimo Houdini, ha hecho aparecer dos signos de admiración que la han vestido por delante y por detrás. Ya vestida, me ha raptado la mirada con la suya gris azulona y pícaramente desafiante. Con parsimonia, invitándome a mirarla, ha extraído de su bolsillo derecho tres puntitos suspensivos y los ha esparcido ante ella, y me ha vuelto a mirar, como dándome ánimos... Su expresiva mirada decía algo así como «a ver si eres capaz». Uy no sabe bien con quién juega...

El momento ha sido inmenso. Ahí estaba ella, toda una dama de una de las mejores familias de las interjecciones propias, orgullosamente noble y elegantemente convertida en el título de este artículo. Y uno, entre el alelo y la sorpresa, sin saber cómo arrancar, pero bendecido y agradecido por el milagro de haber asistido a la hermosa llovizna de una interjección socorrista de mentes lentas, inexpresivas y turulatas, como la mía, hoy.

Las interjecciones, especialmente las interjecciones propias, son tan libres ellas, que, por lo general, carecen de ataduras en cuanto a sus raíces. Ellas son su propia raíz. Habitualmente, son cortas y acérrimas enemigas de cualquier intención sesquipedálica. Presupongo que para Baltasar Gracián las interjecciones hubieron de ser como un gozoso orgasmo gramatical y literario. Recuerde paciente leyente que para don Baltasar la brevedad gramatical y literaria doblaba el valor del bien decir. «Lo bueno, si breve, dos veces bueno», dejó dicho para la posteridad, aunque la frase original tiene un valioso añadido desconocido por muchos.

El jesuita, lo que realmente expresó en su ‘Oráculo manual y arte de prudencia’ –en realidad una compilación de aforismos comentados– fue «Lo bueno, si breve, dos vezes bueno, y aun lo malo, si poco, no tan malo». Y, por si acaso, para demostrar la testarudez propia de los maños y para que así constara por los siglos de los siglos, abundó en su magisterio y concluyó su explicación con «Lo bien dicho se dice prezto». Modestamente, deduzco tembloroso que si don Baltasar desde el más allá ve mis hebdomadarias setecientas veinticinco palabras, como poco, considerará mi ejercicio escribiente como la mejor prueba de la peor aberración. O algo así. Miedo me da que esté mirando...

Todas las interjecciones, uy incluida, tienen su gracia y su qué, por cuanto que sirven tanto para un roto como para un descosido, hasta el punto de que, de cuando en vez, individualmente se erigen en oraciones completas. Las interjecciones nacen espontáneamente como reflejo de las emociones y las sensaciones sin que en ellas se produzcan reflexiones ni pensamientos previos, es decir, las interjecciones, principalmente las interjecciones propias, no son reflexivas, pero ello no impide que, incluso mediante un sonido monosílábo expresen un todo complejo y comprensible.

Cada cual, recurrentemente, llenamos nuestro mensaje y nuestro gesto con un complejo discurso comprimido en pocas sílabas, Así, jo, bah, ay, zas, eh, ja, ajá, epa, ojú, hala, guau, aj, que suenan a gatuperio inventado, son la compleja expresión de una sensación, de una emoción, de un estado de ánimo cuyo análisis de laboratorio ocuparía varios folios...

Aj, fácilmente sería, de alguna forma, identificable con todas y cada una de las formaciones políticas en la actual España e, individualmente, en todas sus autonomías y municipios. Ay, ay, ay... podría derramarse a ciegas sobre el Estado Vaticano, por su descontrol respecto de las viciadas conductas de algunos de sus predicadores. Ojú, ya empezamos, es la infinita letanía del pueblo soberano cuando el turuta de turno toca a rebato sobre el estado de la nación. Zas, suena a nuevo impuesto. Ja, ja, ja... a permítame que me ría, señor... Bah, a paso de más mentiras...

De entre todas, quizá sea guau la más guay de las interjecciones, porque cuando no se trata del infinitamente noble ladrido de un can, alude a la admiración o al entusiasmo, y ni la admiración ni el entusiasmo son perversiones.

¡Uy...!, visto y no visto, acabo de consumir mis setecientas veinticinco palabras…