Opinión | DE BUENA TINTA

Romance al hijo de Putin

Vladimir Putin.

Vladimir Putin. / Reuters

Maldigo el día en que anunciaste lo que no ha sido sorpresa: tu ignominiosa asechanza, tus cartas sobre la mesa; pero más maldigo el día en que a tu madre valiera parir, tanto más, mil perros, antes que a ti te pariera. ¡Oh, Zar de todas las Rusias!, emperador absoluto, totalitario monarca de los sueños más oscuros, que tu corazón codicia a costa del ancho mundo, cuervo que a la sangre llamas para el sueño de los justos: has convocado fantasmas, demonios que estaban presos, clamor de guerras mundiales y tambores del averno, que a tu mandato acompasan, allá por donde miremos, los pasos de un pueblo errante bajo un horizonte incierto.

Se te vio más que venir, y ésa es, quizá, nuestra culpa: el no pararte los pies del terror con que disfrutas, pues Occidente sabía, y ultramar, de tus disputas, de tus locuras de mapa, de tus chances y conjuras. Rasputín de medio pelo, rufián, sanguinario, falso, que ensalzas tus ambiciones a costa de tanto daño, rubricando con tu firma la escalada del fracaso, las guerras que no aprendiste y los miedos que esperamos. Tu palabra poco vale, no vale más que la paja, pues tus argumentos siembras con cien cañones por banda, y tu afán expansionista, tu bandera y tu falacia se los creerá quien los crea, pero a mí ya no me engañas.

Qué inoportuna tu vida, qué inoportuna tu facha, desde el día en que naciste hasta el que tomaste Ucrania. Tu discurso es despreciable, tu democracia una farsa, tanto o más que la sonrisa que desdibuja tu cara. Juglar de Iván el Terrible, bufón que ordena y que espanta, tan sólo eres un fantoche que se posiciona al alza, un tirano sin razón, sin conciencia y sin palabra, un vil que, por no tener, no puede vender ni el alma. ¡Qué legado para Rusia, para su pueblo y sus gentes, qué diabólica presencia, qué execrable presidente! No eres más que un aquelarre, un sindiós, un disidente de los derechos humanos, del futuro y del presente.

Bien sucias tienes las manos, bien sucias tus amistades, una suciedad que ocultas con trajes de gobernante, vestido de dignatario, apuntalando ciudades, documentando papeles que luego firmas con sangre. ¿Qué será de las familias, de los niños de la guerra, de los jóvenes que ardan a costa de tu bandera? Y tú en tu sillón de cuero, desde tu torre siniestra, brindarás por la partida bajo un cielo sin estrellas. Quién pudiera, ¡ay!, quién pudiera ponerte en manos de un padre de esos que, muerto su hijo, le presenten el cadáver mojado y más que mojado por el llanto de la madre, y el uniforme quemado por todos tus generales.

A tiempo estás, tiempo tienes, de parar esta blasfemia, esta blasfemia infinita a la que llamas tu guerra. No des más pasos al frente, retrocede, ¡media vuelta!, pide perdón a los muertos y abandona las trincheras. Ya nos has vendido el siglo, el siglo de la pandemia, el siglo que, allá en la historia, vendrá a apuntar tu reyerta, mientras tú te alzas ileso y otros luchan a tu cuenta, y mueve Moscú las fichas que arrojas sobre la tierra. Te unirás, pues, a las hordas oscuras de la desdicha, te unirás, insisto, un día en que irás formando filas al infierno del infierno, junto a tantos homicidas, y pagarás por lo tuyo, y pagarás con tu vida, en ese preclaro día en que no tendrás salida.

Pero, hasta entonces, seguimos anclados en las noticias, unas noticias que espantan y a ti te producen risa: silban acá los misiles, crujen allá tantas vidas, y las fronteras se mueven al son de toda tu ruina. Familias desmanteladas deambularán por la tierra, buscando un nuevo horizonte donde enterrar tanta pena, pues los muertos ya quebrados, descansan bajo la hierba, hierba que nadie, jamás, sabrá por dónde se encuentra.

Y así yo, tal cual, te digo, dejando atrás las maneras, que ojalá Dios te reprenda después de que, en manos ciertas, caigas y pagues tus deudas: manos que no serán éstas, pues yo, puesto a no tener, no tengo más que mis letras. A tu cuenta caen los muertos, perro vasallo de Anubis, y en tu cuenta yo proclamo, Vladimir, al mapamundi, que si ese apellido tuyo lo dio tu padre a un inútil, tu madre será una santa, pero tú un hijo de Putin.