Opinión | DE BUENA TINTA

Algo más de vaca que carnero

"Mi mujer se fue a echar gasolina la otra tarde y le pidieron la vida laboral y tres nóminas"

"Mi mujer se fue a echar gasolina la otra tarde y le pidieron la vida laboral y tres nóminas" / PEDRO NUNES

Bien decía Nietzsche que «el hombre sufre tan terriblemente en el mundo, que se ha visto obligado a inventar la risa». La estrepitosa situación social en la que el orbe se encuentra inmerso por causa de la guerra ha propiciado, entre mil y un dramas mayores, una variable al alza de los precios, que nos trae a todos de cabeza y con más de una duermevela. Sin duda alguna, lean siempre a Cervantes, habrá que ir pensando en dejar atrás el salmón marinado y llenar la olla con «algo más de vaca que carnero».

Anoche, soñé con Gregorio, Chiquito, el grande de la Calzada: ¡Te mueves más que los precios! Que me lo digan a mí, que mi mujer se fue a echar gasolina la otra tarde y le pidieron la vida laboral y tres nóminas. No en vano, vivimos tiempos en los que más de uno ha tenido que vestir al niño de náufrago, en lugar de marinero, para hacer la primera comunión. Ya ven. La cosa, ese gran vocablo generalista y tan utilizado para designar lo concurrente, se está poniendo muy mal, y el personal anda más apretado que las tuercas de un submarino. Otro había por allí que, habida cuenta de lo chungo de la coyuntura, no tuvo más remedio que optar cuando su mujer se fue con otro y decidir que, quizá, lo mejor era irse también con ellos. Llegan, pues, tiempos de vacas flacas en los que la luz es oro, la gasolina es oro, el gas es oro y, en definitiva, tan dorados y tan dorados andamos, que, puestos a costar, nos cuesta llegar incluso a la plata. Ya saben lo que hay para cenar, apriétense el cinturón, también lo decía el de la Calzada: «Un dedal de caldito y una aceituna».

Y es así, entre sonrisas, que empleamos a modo de defensa y que para nada implican desdén, frivolidad o ausencia de denuncia frente al drama que acontece, como el siglo se descoyunta entre pandemias, guerras y demás miserias. Unas miserias tan solapadas unas con otras, que difícilmente puede uno analizarlas o, incluso, encontrárselas por separado. La codicia y el egoísmo generan el gusto por lo que no es nuestro y, así de simple, tal y como dice Galeano: «Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar que mata por robar». El egoísmo nos lleva a la codicia, la codicia al conflicto, el conflicto a la guerra, la guerra a la desigualdad, la desigualdad a la pobreza, la pobreza al hambre, y el hambre a la muerte.

Poco o nada se ha aprendido de las grandes guerras mundiales, que azotaron el mundo y la humana esencia de lo que realmente somos. Los búnkeres de la II Guerra Mundial, estancias a las que únicamente deberíamos dar el uso de museo del aprendizaje y el recuerdo, comienzan a desempolvarse. Los pueblos en huida, privados de la patria y de la matria, conforman hileras entre fronteras mientras la infancia que aprende a leer hace común en su acervo el uso de expresiones que yo aprendí siendo mozo: pandemia, exilio, refugiado, cepa.

Con todo, a pesar de la indignación y la relativa sorpresa, que clama al cielo a causa de lo acontecido en Rusia, ¿de qué nos extrañamos? Si algo hemos aprendido a lo largo de la historia es que cada siglo trae sus tiranos mundiales. Y si Rusia ya contribuyó al siglo XX con la escalofriante figura de Stalin, vuelve a participar en las calendas del XXI con el relevo de Putin: un personaje cuyo nombre ya conocen multitud de niños de educación primaria, niños que, sin embargo, aún no sabrían identificar a nuestro presidente del gobierno.

¿Acaso nosotros mismos no somos capaces de nombrar a más de un tirano de aquellos que protagonizaron nuestros años de existencia y cuyo nombre aprendimos por los telediarios y no por los libros de texto?

Y en cuanto a la esperanza, que nunca deja de estar presente, bien existen gritos que claman por ella, pero también hay de todo: voces reales que, por un lado, se alzan contra la barbarie, y voces que, por el otro, mercadean su discurso desde la opacidad de conveniencia y que postula la contra en público, mientras entre bambalinas siguen propiciando las ganancias que genera el negocio de la guerra.

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