Opinión | 725 palabras

Todo suena

Excepto la ensimismada hache muda, todo suena. Da igual qué. Tan así es que hasta los ojos escuchan. ¿Quién, alguna vez, no ha escuchado las erres de ferrocarril en un texto escrito? Fe-rro-ca-rril, como todo lo que suena a hierro no es buena metáfora para las sutilezas ingrávidas. Uno, cámara avizora en mano, reclama la sonrisa y la risa de un bebé para inmortalizarlo, y, cuando la criatura responde, sus risas y sus carcajadas se perpetúan y se escuchan cada vez que remiramos la foto. Da igual el tiempo transcurrido, las fotos suenan. El silencio también suena.

Los que durante mucho tiempo escribimos con pluma, de las de escribir, obviamente, cuando identificamos un texto escrito con ellas, escuchamos el bisbiseo garrapateante de su plumín. El moderno rollerball vino a sustituir a las estilográficas y en parte lo logró, pero ni por asomo imita el garrapatear que la estilográfica heredó de los cálamos, de cisnes y gansos, generalmente. El rollerball suena, pero no como las plumas.

Sin desmerecer a la partes, ¿qué tendrá que ver el adusto ángulo recto de una figura cubista con el trazo curvo del perfil ingrávido de un seno altivamente desnudo o con la voluptuosa silueta de una cadera que desafía las leyes de Newton, ambos vistos con ojos impresionistas? El ángulo cubista suena a poderosa tempestad invernal y a marcación del Cabo de Hornos a 90º por babor, o sea, volviendo. La voluptuosidad, la altivez y la ingravidez impresionistas suenan a orvallo otoñal y a campo renacido, y a Montmartre la nuit y a vientos alisios portantes...

Algunos, que hemos pasado buena parte de nuestras vidas mirando y viendo letras y palabras, y oyéndolas y escuchándolas, oímos y escuchamos nítidamente cada acento, incluso los que no se escriben. La inexistente tilde del agua no impide que su acento sacie, aun más si para la ocasión media generosamente el güisqui, que verifica aquello de contra más y mejor, mejor.

La virgulilla nunca compareciente en lo indeseable no impide que su acento asquee siempre, por más agua que medie, incluida la bendita. El asco no alimenta, pero suena, como la mala política, la nuestra de cada día, dánosla hoy, como ambicioso precepto... La emborronada política cada día suena peor y el ejercicio profesional de la política, cada vez más empeñado en prescindir del preceptivo acento, está desdibujando el escenario futuro a favor del hombre como proyecto, lo que implica que, político, como adjetivo cada vez suene más hueco.

El fantasmagórico acento inexistente en malsonante suena a estrépito cuando se lee en silencio. Malsonar es un verbo que pocos han sabido conjugar con valentía, ni en los reveladores retiros espirituales de los bendecidos por los espíritus catalogados. La malsonancia solo es útil para que la asonancia cobre vida propia, como el mundo celestial respecto del averno. El cielo, como entidad graduada, no puede ser la polaridad del infierno, como entidad graduada. Para el ser humano, ¿dónde inicia la gradación de los cielos y los infiernos? Por ejemplo, ¿cabría la posibilidad de comprender la expresión francófona de «avoir le cul entre deux chaises» para expresar que buena parte del trasero lo tenemos aposentado en el báratro y lo que sobra en el reino de los cielos, o viceversa? Suena mal...

Las religiones establecidas más allá de como filosofías de vida y los sistemas sociales descentrados respecto de la propia naturaleza del individuo pautan disonantemente los polos de los conceptos y ponen a hervir a fuego lento la neurosis patológica para que los pensantes la ingiramos en infusión varias veces al día durante todos los días de nuestra existencia. La ingesta de infusiones de neurosis patológica forma parte la normalidad de los individuos del mundo moderno. En invierno calentitas, como los abrazos nutricios y en verano heladas como el desamor polar ártico.

La capacidad del hombre de llegar a saber partiendo de un simple «eso me suena» es un invaluable regalo exclusivo de la Naturaleza que viene a refinar el simple instinto animal, pero, a pesar de ello y de mi permanentemente despierta capacidad de sorpresa a través del ser humano, confieso que cada vez son más frecuentes los instantes en los que más que flipar en colorines o sentirme noqueado o aturdido, lo que me quedo es sonado, como si de lo que se tratara es de perpetuar el verbo sonar en toda su extensión.

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