360 grados

No hay ambición de los gobiernos para una imposición fiscal más progresiva

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

El economista francés Gabriel Zucman echa en falta una mayor ambición por parte de los Gobiernos de una imposición fiscal más progresiva, sino que hay, por el contrario, una competencia a la baja.

Zucman, compatriota y estrecho colaborador del conocido experto en desigualdad económica Thomas Piketty, cree que esa falta de ambición que observa tiene una doble causa (1).

La primera es la creencia muy extendida de que en un mundo globalizado, elevar los impuestos está condenado al fracaso ya que ricos y empresas pueden cambiar fácilmente de país; la segunda es la intensa labor de cabildeo de los beneficiarios del sistema a favor del actual status quo.

A la pregunta de qué es más problemático, si la evasión fiscal de los multimillonarios o la que llevan a cabo las empresas, Zucman, desde 2021 al frente de la autoridad europea encargada de combatir ese fenómeno, afirma que ambas cosas están relacionadas.

Cuando las empresas ocultan sus beneficios en paraísos fiscales, explica el también profesor de Berkeley, quienes más se benefician son sus accionistas más adinerados.

Sobre la aplicación del impuesto global mínimo del 15 por ciento a las multinacionales aprobado el año pasado por la OCDE, Zucman cree que es demasiado bajo cuando, por ejemplo, en Alemania las clases medias pagan entre un 30 y un 40 por ciento en distintos tipos de impuestos.

«No se entiende por qué algunas de las empresas más rentables deberían pagar mucho menos impuestos» que esas clases medias, explica el joven economista, según el cual las empresas pueden incluso esquivar ese gravamen mínimo en determinadas circunstancias.

Por ejemplo, cuando una empresa demuestra que desarrolla una actividad económica – es decir, que tiene fábricas y trabajadores- en el país en cuestión, dice Zucman, según el cual lo único que se evita es que las multinacionales lleven sus beneficios sobre el papel a paraísos fiscales.

«Pero ello no impide a una empresa, añade, trasladar su producción a países con una imposición fiscal más favorable, con lo que no se han puesto límites a una competencia a la baja».

De todas formas, muchos Estados aplicaban ya un impuesto corporativo superior a ese 15 por ciento fijado por la OCDE, y les resultará ahora más difícil elevarlo, si así lo pretenden, hasta un 20 o un 25 por ciento.

Zucman se dice más bien escéptico sobre la posibilidad de que la OCDE vaya a acordar pronto un impuesto global superior a ese 15 por ciento ya que para ello se requiere unanimidad de todos los Estados, lo que da de facto poder de veto a los paraísos fiscales.

La OCDE es en cualquier caso un «club de países ricos», señala el economista, de modo que «Estados pequeños como Irlanda o Hungría pueden influir más en las reformas que Nigeria, India o Suráfrica».

Zucman considera un «instrumento útil» los impuestos a los beneficios extraordinarios obtenidos por las empresas con la crisis de la pandemia y la energética, y recuerda que ya se recurrió con éxito a ese tipo de medias tras las dos guerras mundiales y luego cuando la crisis del petróleo.

Pero no son una panacea, añade, dado que «los impuestos corporativos representan sólo una pequeña parte de los ingresos fiscales de un Estado: hacen falta además impuestos sobre el patrimonio, sobre la herencia e impuestos sobre la renta de las personas físicas que sean progresivos».

La tasa de impuesto sobre los ingresos corporativos era en los años ochenta de entre un 45 y un 50 por ciento, y hoy es aproximadamente la mitad, explica Zucman, quien cree que, de continuarse por esa senda, ese impuesto corre el peligro incluso de desaparecer dentro de treinta o cuarenta años.

Precisamente cuando los beneficios de las empresas alcanzan cifras récord (como hemos visto también en España) con los últimos resultados de los bancos- las tasas de impuesto efectivas no habían estado tan bajas desde hace décadas. Todo un escándalo.

(1) En declaraciones al semanario

alemán Der Spiegel

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