MÁLAGA SOLIDARIA

Los dos modelos

Lago Léman

Lago Léman / J. Lerena

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

En un extremo del arco que representan las diferentes fórmulas que tenemos para poder gestionar y optimizar los patrimonios turísticos de una región o un país, tenemos, en el extremo donde ubicamos - sin dudarlo por un segundo - uno de los modelos perfectos, el del lago Léman. El famoso lago, con riberas suizas y francesas, jalonado por ciudades espléndidas como Ginebra, Lausanne, Montreux, Nyon, Yvoire o Evian, enmarcadas todas ellas por una sucesión de paisajes tan perfectos como inolvidables.

En el otro extremo, ya desde los años gloriosos de la Belle Époque, nos encontramos hoy con uno de los lugares más admirados por los viajeros de antaño: la bahía de Nápoles. Hasta mediados del siglo XX, fue un lugar legendario, con los avales de siglos de historia y cultura, ennoblecido de mil formas distintas. Convertido ese paraíso hoy en un foco de degradación y corrupción, del que se nutre uno de los peores casos de colapso de lo que consideramos el orden social e institucional europeo. Desde la famosísima capital de la Campania, Nápoles, pasando por lugares como Secondigliano, Scampia, Torre Annunziata, Piscinola, San Pietro, Miano, todos ellos pueden ser ahora escenarios del drama de la dura realidad cotidiana de una sociedad degradada hasta extremos impensables. Desde hace solo unas décadas. .

Turísticamente hablando, ambas regiones tenían en un principio todas las cartas para ser auténticos paraísos para los viajeros más exigentes. Tanto el lago suizo-francés y la célebre bahía de la Italia meridional, antesala la segunda de lugares privilegiados como la maravillosa Costa Amalfitana, estaban predestinados hace más de un siglo para lucirse con las más vistosas galas como protagonistas excepcionales en el ámbito del turismo internacional de alta gama. En el primero de los modelos, el legendario lago Léman, se respetaron siempre, con inteligencia y eticidad, las reglas de juego clásicas. Siguen siendo uno de los enclaves más respetados y admirados del turismo mundial, con mayúscula. Y su capacidad de generar riqueza, empleo y bienestar para los habitantes de aquellas riberas privilegiadas sigue siendo algo envidiable. Los principios éticos siempre fueron su mejor estrategia, junto con el respeto y el amor a unos paisajes y a una tradición cultural y cívica de primerísimo orden.

En cambio, la realidad turística excepcional del segundo modelo - Nápoles y su entorno - se degradó hasta extremos inconcebibles. En la actualidad las amenazas que pesan sobre uno de los patrimonios culturales y naturales más atractivos de Italia y de Europa son motivo de preocupación no sólo para las autoridades italianas. El problema afecta muy directamente a la credibilidad de las más importantes instituciones de la Unión Europea. Pues no sólo se están perdiendo activos turísticos muy singulares y valiosos. Además, se ha convertido la región en un temible ejemplo de lo que puede ser el deterioro del Estado de Derecho, secuestrado éste en no pocas ocasiones por poderosas tramas delictivas que convierten a los ciudadanos en rehenes del crimen organizado. Abandonados a su suerte por unas instituciones públicas en muchos casos cuarteadas por las toxinas de la corrupción institucionalizada.

Esta dramática experiencia de una de las regiones más importantes de Italia está llena de advertencias para otros notables lugares turísticos del Mediterráneo. En España, en Grecia, en los destinos emergentes en la antigua Yugoslavia, y en tantos otros lugares en el resto de las costas mediterráneas, el peligro es evidente. Es obvio que para todos esos países el optar por una opción de gestión inteligente y sobre todo ética de sus recursos turísticos, que se acerque al modelo que hemos citado, el de los famosos destinos del lago Léman, no sólo es un imperativo de honestidad social. Es también una cuestión de supervivencia. El comprometerse claramente con los valores de una sociedad libre y democrática, sometida exclusivamente al imperio de la Ley.

Es evidente que ni los observadores más optimistas pueden negar a estas alturas que España también podría ser un día uno de los posibles objetivos del crimen organizado. Y sería aconsejable que su sector turístico y sobre todo su pujante sector inmobiliario, aún más, deberían extremar todas las precauciones ante el peligro de posibles situaciones de colonización empresarial y financiera dirigidas por turbios intereses afincados en otros países.

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