La plaza y el palacio

Conciencia o vaselina

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. / EFE

Manuel Alcaraz Ramos

Manuel Alcaraz Ramos

Al elector sólo hay que decirle tres cosas, así de fácil: primera, que vote. Segunda, que no tenga miedo. Y tercero, que lo haga en conciencia.

La voz de Félix Barco salió tonante pero tamizada entre sus lacios y frondosos bigotes:

-¡Joder, estoy harto de vaselina! ¡Estoy de conciencia hasta los mismísimos huevos! ¿Y si la conciencia no coincide con nuestro programa? –preguntó.

-Mala suerte”.

A mí me gustaría escribir este artículo preelectoral desde la misma perspectiva que el inmenso Miguel Delibes planteaba en «El disputado voto del señor Cayo». Pero es una dialéctica que no sirve. Ahora, al menos, no sirve. La conciencia es el resultado de un proceso de racionalidad que la política, y muy especialmente la derecha, ha barrido con sus continuas apelaciones a priorizar los sentimientos, las emociones. Por eso es absurdo confiar en que haya un vestigio de ética en algunas posiciones del PP. Lo que fue acto de inteligencia hoy es minería de votos, y tanto más grande es el pellizco de mineral cuanto mayor sea el golpe, el desafuero contra la inteligencia y la misma paz social. Porque otra cosa alteraría, iluminaría la atención, desviándola del exabrupto. Se me podrá decir que siempre ha habido algo de eso. Claro: la misma novela de Delibes avanza ejemplos. Pero nunca como en esta campaña por parte del PP. Es la cantidad y la calidad (?) de la vulneración de la razón moral lo que asusta. Pondré varios ejemplos. Y siento hacerlo. Odio escribir este artículo.

1.- El día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco yo era diputado a Cortes Generales. Mi cuota de impotencia y rabia la viví en Barcelona y en el viaje de regreso a Alicante. Nada más llegar me dirigí al Ayuntamiento, donde se había instalado una mesa y se desarrollaban acciones de protesta y duelo. Me fundí en un abrazo con el alcalde del PP, Luis Díaz Alperi. Para nadie era un secreto que mi relación con él no era fluida, aunque empeoró años después con los conflictos urbanísticos –lo diré así-. Si hoy fuera al revés no sería igual. Mis muertos no serían del PP. No es una mera opinión: la patrimonialización de las víctimas del terrorismo –mejor dicho, de «algunas» víctimas del terrorismo- causa estupor y nos instala en la sociedad de la sospecha. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar? Por un lado excluyen a otras víctimas. Por otro manipulan la historia. No cuentan, por ejemplo, cuando en Alicante hubo permanentes actos de repulsa tras cada atentado, y no precisamente promovidos por el PP –un saludo emocionado a Paco Huesca y, en el recuerdo, a Pepe Lassaletta-. No cuentan que algunos asesinatos de la Dictadura –con el visto bueno de algunos fundadores de AP, antecedente del PP- no están muy lejos y que las familias que persiguen el consuelo de enterrar con dignidad a sus muertos son otras víctimas del terrorismo. Y siguen sin ser capaces de entender que ETA acabó hace mucho y que terrorismo es terrorismo sean los motivos que sean los que llevan al terrorista al asesinato o al secuestro. Todos merecen similar condena y castigo. Esta actitud siniestra ante la muerte es obscena. Impropia de demócratas y del humanismo cristiano que dicen defender.

2.- «Me mandaron una carta/ en el correo temprano./ Y en esa carta me dicen/ que cayó preso mi hermano»… Lo cantaba Violeta Parra en una desgarrada canción que convertía la carta en símbolo de injusticia: le comunican que su hermano está preso por participar en una huelga. Feijóo ha invertido el símbolo con un cinismo desmesurado. En el mismo capotazo insulta a los carteros a los que tanto dice amar y deja caer sobre el Gobierno la sombra de la ignominia y la injusticia. Miente tanto como carteros hay. Porque no cabe el error ni la exageración: es engaño puro y duro. Del que pone en peligro la estabilidad del sistema, del que prejuzga trampa si los resultados no le llevan al poder. ¿Y qué ejercicio del poder se puede esperar de alguien que hace eso, que rompe a priori la cohesión social?

3.- Por supuesto la Constitución se puede cambiar. Creo que se debe cambiar en varios puntos, como han hecho en los últimos 30 años muchos Estados de nuestro entorno. Por eso, quien defienda reformar la Constitución no es «anticonstitucional». Pero en estas semanas estamos encontrando dos modalidades de guerra sucia contra la Constitución. Por un lado se está pidiendo «otra» Constitución, sin advertir que la modalidad que se pretende no es la reforma parcial sino aquella materialmente total. Habría una Constitución sin Comunidades Autónomas, con fuerte restricción de Derechos y sin el TC como órgano último que vele por la constitucionalidad de las normas y que ampare a los que ven vulnerados sus Derechos. Sería una Constitución que, necesariamente, restringiría el consenso democrático al jerarquizar la sociedad, marginar a los vulnerables y alimentar las fuentes de discrepancias. La otra modalidad de ataque subrepticio lo encontramos en infinidad de opiniones del PP: tras negarse a modificar con luz y taquígrafos, ni una coma, se hace una interpretación restrictiva del texto constitucional o se incumple con impunidad, bloqueando el nombramiento del Consejo General del Poder Judicial. Se insiste enfermizamente en algunos artículos y, no menos enfermizamente, se olvidan otros. El abuso que ya están haciendo algunos gobiernos municipales de los límites a la libertad de expresión –claramente inconstitucionales- es ya una manifiesta declaración de intenciones.

Entramos mal, muy mal, en la última semana electoral. Sin conciencia ni vaselina por las derechas, dispuestas a todo. Cara habrá que plantarles en las urnas. Después no valdrán lamentaciones. Y es que el culto selectivo a la muerte que, una vez establecido, justifica cualquier cosa, la mentira sistemática y vertebradora de la ideología de un partido, y las trampas que arrastran la Constitución al cieno, son los tres pilares fundamentales que en los libros de Historia podemos leer como la base de algunas ideas, de algunos regímenes. Lo digo para avisar a Vox, no sea que no se hayan dado cuenta de que los rasgos fascistas que muestra el PP estos días son peligrosos y quizá no les convengan.

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