MÁLAGA DE UN VISTAZO

El terral también nos hace soñar

Ignacio Hernández

Ignacio Hernández

El viento del norte y noroeste nos abraza de forma ardiente como si se transfigurara en el primer amor de verano de aquel distante estío cuando éramos jóvenes, alegres, efusivos y pensábamos en esas primeras caricias alojadas para siempre en nuestra memoria furtiva y desmelenada. El terral, esa brisa de tierra la cual se auto invita en estas primeras noches agosteñas para recordarnos su incondicional e inherente presencia en el alma de esta ciudad, se apodera de todo y de todos. Cuando se encuentra con sus atávicos amigos los montes de Málaga en presencia de Foehn – fenómeno que tiene lugar cuando una masa de aire caliente y húmedo se ve obligada a ascender una montaña, al tiempo que desciende hacia el mar lo hace con menos humedad y más temperatura-, el malagueño percibe su esencia con la paciencia y templanza de un hijo adolescente en el momento que sus padres le explican la condición humana sobre un futuro aún sin vislumbrar. El terral, viajero que siempre retorna, nos visita con la intención de hacernos reflexionar sobre quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos en esta urbe cargada de luces e inagotables sombras. Este peregrino singular nos anuncia su estancia: un triduo donde la penumbra se convierte en estancia cerrada, silencio reflexivo, sonrisa oculta, serenidad confusa, ardor aterido, sofoco insinuante, tristeza tras la pérdida; en evocaciones de un pasado atemporal de este incontrovertible invitado que ya forma parte del carácter local de esta capital.

Observo a D. Luis de Armiñán desde su puente contemplar, con mayúscula dificultad por los gemelos rascacielos, los montes y el cauce del Guadalmedina hacia la Presa del Limonero. El intenso calor le hace ver un espejismo: un paseo fluvial de cinco kilómetros en las márgenes del río sombreado por el frescor de algarrobos, sauces, tarayes, encinas, chopos... El terral también nos hace soñar en este lugar con genio en el sur del sur.