Notas de domingo

Me crujen

Calor y altas temperaturas en Málaga capital, la primera semana de agosto de 2023.

Calor y altas temperaturas en Málaga capital, la primera semana de agosto de 2023. / Álex Zea

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. Urgencias pediátricas. El cartel está en colores alegres, como para quitarle gravedad al asunto. Ese pensamiento de que el peor sitio del mundo para estar un lunes por la mañana es la oficina queda invalidado. Peor es este lugar, claro, por mucho que todo sea aséptico y limpio, amable y hasta cálido. La enfermera informa funcionarialmente en modo telegrama. Amigdalitis. Antibióticos. Fiebre. Apiretal. La perspectiva de pasar el día en casa, inesperadamente, alivia el ánimo casi tanto como tener un diagnóstico y un remedio. A la noche comienzo la lectura de La carta, novela de Raúl Guerra Garrido del año 90 que ahora reedita Alianza. Había oído muchísimo hablar de ella. Al fin la cato. Un empresario recibe una misiva de ETA pidiéndole el impuesto revolucionario. Cincuenta millones de pesetas. La novela, muy bien escrita, enjundiosa, retrata la sociedad vasca de entonces y el cinismo, el silencio e hipocresía, cuando no complicidad, de tantos. La carta podría haber tenido el mismo impacto que Patria, de Fernando Aramburu, que es más total y compleja pero menos precursora, claro. Fue un valiente Guerra Garrido. El noventa fue año de plomo. Ceno alcachofas.

Martes. Salgo a la terraza a tomar el café, a esa hora incierta en la que suenan pájaros y el terral aún no ha declarado la guerra. Como estoy convencido de que los libros tienen vida propia y se mezclan, andan, se extravían, aparecen y desaparecen a su libre albedrío, sobre todo por la noche, me topo con un pequeño volumen de versos de Antonio Hernández que ni recordaba tener. Con el segundo sorbo de café leo: «He entendido por fin que escribir es amar sin amor que te bese (...) y por eso he aceptado que no hay que buscar tema para hablar sino dejar que hablen nuestras sombras». Entro en casa. Miro mi sombra. Tan temprano y ya concluyo: no hay nada que me estimule hoy ni que me entusiasme ni que me haga anestesiarme un poco. Dejo avanzar al reloj. Pido pizzas.

Miércoles. Calor y más calor. Pereza. Termómetro loco. Sudor. Atravesar las calles es una proeza. Voy al quiropráctico. Al menos se está fresquito. Tumbado en la camilla, pienso en la fragilidad del cuerpo humano. En algo hay que pensar. También podría pensar en chistorras o en greguerías, en la serie que veré esta noche o en que me va haciendo falta un corte de pelo. «Vamos a ajustarte», me dicen. Añadiendo y variando alguna letra sería vamos a ajusticiarte. Crujo. No le costaría nada a este hombre romperme el cuello. Le bastaría un hábil, rápido y pequeño movimiento. El caso es que me lo alivia. También los hombros. Salgo de la consulta más flexible. Podría haber quiroprácticos de las ideas. Oiga, está usted inflexible, voy a ajustarle, crac, croc y el paciente saldría menos dogmático. Más flexible a los argumentos de otros.

Jueves. Canal Sur radio. Hoy con Paco Ramón, Amalia Bulnes y Antonio O’Mullony. «El idioma más hablado en el Congreso es el guirigay», digo a propósito de la idea de Yolanda Díaz de que se puedan emplear en el Congreso las otras lenguas españolas. Pienso: el nacionalista es un tío que exige plurilingüismo para poder hablar siempre y solamente una sola lengua. Interior. Mediodía. El Refectorium de La Malagueta está hoy a tope. Navajas, coquinas. Borriquete a la parrilla. Saludo a un concejal. De una de las mesas viene un aroma de tertulia política. Salgo a la calle y justo pasa un taxi. Como en las películas americanas.

Viernes. Hago las maletas para no perder el Norte.

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