TRIBUNA

Esa mano oscura

José Luis Raya

José Luis Raya

Apenas tenía mundo corrido cuando presencié la película documental de Giménez-Rico Vestida de azul en el Cine Acci de Guadix. Era la primera vez que veía y reconocía quiénes eran estas personas. Ahora tengo claro que son mujeres atrapadas en cuerpos de hombre y que su actitud e imagen desean ajustarlas a su esencia. Sin embargo, en aquel momento, con independencia del sórdido y tremebundo mensaje que encerraba la cinta, yo presenciaba embobado y sorprendido el cruce que había en aquellos cuerpos híbridos de hombre y mujer. Para ser sincero, los contemplaba como una suerte de seres mitológicos que conviven entre dos realidades corpóreas: sátiros, minotauros o centauros. Por un lado, me fascinaban y, por otro, me repelían. También pude contemplar, tan sobrecogido como horrorizado, sus duros testimonios, basados en el rechazo y el dolor. Bajo aquella imagen esperpéntica de maquillaje y pelucas había unos seres humanos que habían sido maltratados hasta la agonía. A pesar de esa reacción inicial de perplejidad, percibía al mismo tiempo en sus tristes miradas la dramática imagen del odio que habían sufrido. Fueron insultadas, escupidas, apaleadas y apartadas de la sociedad, e incluso de sus familias por el simple deseo de ser y sentir como mujeres, es decir, por tratar de conciliar su cuerpo con su mente. Ese desgarro que deben sentir tiene que ser algo parecido a la repulsión que uno debe experimentar al comerse una rata o una cucaracha. Debería usted imaginar si, al levantarse, y mirarse en el espejo, contemplara que está en un cuerpo diferente. Creo que podríamos volvernos locos. Solo sería necesario disponer de cierta sensibilidad y empatía para abordar este asunto. Ponerse en el lugar del otro es algo que sabe hacer muy bien la gente sensible y solidaria.

El filme en cuestión comienza con una redada policial de unos de transexuales que están ejerciendo la prostitución. El oficio más antiguo del mundo al que está relegada la mayoría de ellas, al menos en aquellos ominosos tiempos cuando eran rechazadas en todo tipo de trabajos u oficios. Muchas de ellas acudían a bares, restaurantes, lavanderías, oficinas, conserjerías o peluquerías. Hasta en estas últimas no eran admitidas por ese afeminado malandrín porque espantaban a sus clientas. El rechazo era total. Las más afortunadas eran contratadas en discotecas o salas de fiestas porque podían exhibir sus innatas cualidades artísticas.

Sandra Almodóvar, antes Luis Romera, podría ser una más de todo este triste elenco que ha ido desfilando por nuestras aciaga historia reciente. Ella podría haber sido una protagonista más de Vestida de azul, cuya agitada vida le fue arrebatada por un maltratador y por sus hábitos insanos de alcohol y otras sustancias. Esto último suele ser el refugio de los que sufren.

En otras culturas a los transexuales se les venera y son casi seres divinos como en las primitivas culturas precolombinas e hinduistas. Se consideraban seres con dos almas y esto les facilitaba la comunicación espiritual, así que se utilizaban para rituales sagrados. Hasta aquí todo iba bien. Alrededor del año 300 D.C. los cristianos herederos del judaísmo decidieron que esto era algo contra natura, pues atentaba, así como la homosexualidad, contra la sagrada reproducción. En el Deuteronomio del Antiguo Testamento se refiere a ello afirmando que ni el hombre ni la mujer deben vestir ropajes diferentes a su sexo. La moral judeocristiana parte de la idea de que la imagen y la definición del hombre y la mujer viene representada por la figura de Adán y Eva; todo lo demás se sale fuera del dogma. Todo esto debería estar más que superado, considerando que esto se escribió hace 3500 años. Algunos pretenden mantener estas ideas, que bien podrían catalogarse como mitología religiosa.

A Sandra Almodóvar le arrebataron su vida frágil y rota el día 28 de mayo a los 73 años de edad. Justo el día que firmaba mi última novela en la feria del Libro de Madrid. Habíamos acordado que al regresar empezaríamos la entrevista en la que iba a relatar su vida tortuosa, la cual podría representar la vida de cualquier transgénero nacido en plena dictadura franquista.

Y ahora, como si una mano oscura impidiera la reconstrucción de los hechos, los testigos empiezan a diluirse en la nada, salvo uno, que casualmente no encuentra los documentos que atestiguan quién fue y cómo murió. Esto, lejos de amedrentarme, podría ser un acicate por llegar a la verdad.