Artículos de broma

Amor incondicional

Hay dos madres ejerciendo incondicionalmente: la de Daniel Sancho y la de Rubiales

Javier Rubiales en imagen de archivo

Javier Rubiales en imagen de archivo / ALBERTO ORTEGA / EUROPA PRESS

Javier Cuervo

Javier Cuervo

El amor de los padres es incondicional. Otra frase del ideal para que sufran en balde los que no lo sienten, incluidos los que tienen razones sobradas para negarla. Los marineros y los malotes se tatuaban «Amor de madre» antes de que el buenazo del futbolista David Beckham pusiera de moda taladrarse y pintarse el cuerpo como un guerrero maorí. «Amor de madre» es un tatuaje del ideario patriarcal con las más altas dosis de misoginia conocidas porque cuando distingue a la madre de cualquier otra mujer, niega ser mujer a la madre y el amor a las demás. «Todas putas, menos nuestras madres» es el renglón seguido tatuado en muchas cabezas.

Hay dos madres ejerciendo públicamente la incondicionalidad. Una trajo al mundo a Daniel Sancho, el asesino y descuartizador confeso al que no dejan de buscársele atenuantes para su crimen y la otra parió a Luis Rubiales, el suspendido presidente de Federación Española de Fútbol que besó en los labios a una jugadora y no dejan de encontrársele agravantes a su simiedad. Una está dejándose los cuartos en una cárcel tailandesa para que su hijo pueda comer y vivir en condiciones básicas, otra ha dejado de comer encerrada en la iglesia del pueblo para que su hijo deje de ser condenado socialmente. He aquí dos madres españolas: una, por extranjera en Tailandia; otra, por españolear en la España de crónicas de un pueblo donde todo acaba en el cura.

La madre de Rubiales habla por boca de su hijo, de una «cacería sangrienta» para mantener alto el tono emocional. Sangre no ha habido ninguna en este caso, más debido a la saliva de su hijo, poca cuando besa en pico, mucha cuando habla a calzón quitado. «Jefazo machirulo» o «inapropiado para ser digno dirigente del fútbol español» hasta ahora ambas cosas han sido inseparables, al punto de que echarse la mano a los cojones en un palco no se distingue si se debe a llevar bien puestos los pantalones o a ir bien puesto, en general. Este caso no para y no solo la madre lo está desmadrando. ¡Viva la madre que nos parió!

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