El desliz

No me estás ayudando

Pilar Garcés

Pilar Garcés

Le digo a mi hijo que descuelgue toda la ropa seca y dé la vuelta a los veintiún pares de calcetines que incluye, una tarea por la que siento una tirria especial por la enorme cantidad de tiempo que consume. «Ya está. No te quejarás, hoy te he ayudado mucho», me suelta muy ufano al terminar. Sabe que el verbo ‘ayudar’ está prohibido en este contexto, pero como el feminismo es una carrera de fondo le vuelvo a explicar que no todas las faenas que contribuyen a nuestro bienestar como tribu son problema mío por ley. En una familia, sus miembros colaboran, participan, arriman el hombro, cooperan, se reparten las labores y funciones conforme a sus capacidades. No me estás ayudando a mí, sino a ti mismo, que necesitas calcetines limpios. Aprovecho para contarles a él y a su hermana que las mujeres de Islandia hicieron el martes un huelga de sus trabajos remunerados y de los no remunerados, o sea, los de cuidadoras principales del hogar, en protesta por la brecha salarial y la violencia machista. «Pero… ¿y quién se encargó de sus bebés», preguntaron asustados. Algunos tendrán padres y abuelos, de los otros se tendrá que ocupar la autoridad competente. Es broma, hay servicios mínimos de amor para los bebés. Nadie en su sano juicio se los dejaría a los reyes del escaqueo, los políticos, instalados en la comodidad del mito del ama de casa y la superwoman, base de un sistema económico tan periclitado como rentable para los de siempre. Las islandesas solo quieren lo mismo que los islandeses, un poco de respeto en la nómina y en la vida. Pero la igualdad tiene un precio que siempre da pereza pagar.

El pin parental, la libre elección de la lengua en comunidades felizmente bilingües, la segregación… no son temas de conversación en la puerta del colegio, pero monopolizan la acción del gobierno de derechas y ultraderechas. Mientras, demasiados niños siguen estudiando en barracones en la escuela pública y los alumnos con algún tipo de dificultad o especificidad de aprendizaje carecen del apoyo en el aula que exige la ley. Nuestros próceres no están haciendo su parte del trabajo de formar de la mejor manera posible a las nuevas generaciones de ciudadanos, acompañados de pedagogos y expertos, y pretenden rebotarnos la responsabilidad. Como si no tuviéramos ya bastante encima, resulta que el conseller de Educación también somos los padres. Enredan para no atacar los asuntos de calado y evitan decir cómo se financiarán sus quimeras. La semana pasada, mientras ellos perdían el tiempo en la batalla cultural contra el catalán y sembrando dudas sobre la formación sexual que se imparte en los colegios, los educadores de 0 a 3 años se movilizaban contra la precariedad de su trabajo y salía a la luz el último caso de acoso escolar atroz, un crío vejado y golpeado en Alaró por compañeros. Dos temas que son de su completa incumbencia y de los que deberían ocuparse en serio. Con las energías puestas en polémicas artificiales pero rentables electoralmente, poco se sabe de medidas que avancen en conciliación, en mejorar los resultados de los estudiantes, en frenar el fracaso escolar, en atajar el consumo de porno adolescente, el sedentarismo infantil y el exceso de uso de dispositivos, en afrontar las consecuencias del cambio climático en las aulas o la desmoralización creciente del profesorado. Usando la escuela como arma arrojadiza sirven a sus intereses partidistas. No nos están ayudando.

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