Tribuna

La fuerza de la imagen en la sociedad digital

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Primero fue Twitter la que abrevió los textos a la extensión de un antiguo telegrama; después vino YouTube a dejarnos sin palabras y por fin TikTok ha puesto a los chavales a comunicarse mediante vídeos de pocos segundos. El enredo de las redes sociales conspira en apariencia contra la lectura, pero tampoco hay que ponerse en plan apocalíptico con estas cosas.

Bien al contrario, internet multiplicó como nunca en la historia el número de lectores, a la vez que hundía la retribución de autores y editores por su trabajo. Las redes sociales, en particular, animaron a leer y escribir como nunca a una parte de la población que no solía hacerlo.

El resultado es mejorable en términos cualitativos, dada la profusión de golpes de Estado contra la ortografía y la sintaxis que se perpetran a diario en esos espacios; pero no así en lo cuantitativo. Hay que admitir que la Red (y las redes) ensancharon notablemente el territorio de la lectura. Hasta ahora.

Poco a poco, los monopolios de internet han caído en la cuenta de que leer es una operación laboriosa que bien podría disuadir a sus clientes. Tal ha de ser la razón por la que comenzaron a sustituir las complejidades del lenguaje escrito por el mucho más asequible de las imágenes.

Todo depende de la edad, desde luego, dado que las redes –tan recientes– están envejeciendo junto a sus usuarios.

Facebook, la de mayor alcance, se ha convertido en una tertulia de gente mayor entregada a los recuerdos. Por razones generacionales, se trata de personas que siguen prefiriendo el lenguaje convencional de la lectura y la escritura para contarse sus cosas, trasladando la cháchara del bar a la pantalla.

Twitter, rebautizada como X por su nuevo propietario, sigue acogiendo a gente de mediana edad, que es la generación al mando en el país. Parece lógico que ahí se hable mayormente de política en un ambiente por lo general cargado que evoca el de los garitos de madrugada. No es raro que los zascas precedan o sustituyan al razonamiento. La sociedad digital no deja de ser, a fin de cuentas, un trasunto de la analógica.

Los críos, que andan en cosas menos aburridas que la política, prefieren muy mayoritariamente TikTok, un formidable invento chino que ha roto el tradicional monopolio de Norteamérica. El asunto consiste en una rápida sucesión de vídeos en los que un adolescente tras otro informa al público en general de su horario de deposiciones, de sus experiencias de Erasmus, de las diferencias de costumbres entre países o de la frecuencia de sus coitos. Y casi todo por ese palo.

Sobra decir que TikTok es la red de mayor crecimiento en el mundo; por más que la líder siga siendo la veterana –e incluso anciana– Facebook. En esto se conoce que la pirámide de población tiende a crecer por la parte de arriba, al revés de los que sucedía en épocas de más guerras y enfermedades.

Es solo cuestión de tiempo que las redes de la imagen le tomen el relevo a las que todavía echan el ancla entre la clientela que incurre en el anacrónico hábito de leer y escribir. Habrá gente a la que esa tendencia deje sin palabras de puro asombro; pero es lo que hay. Puede que acabemos entendiéndonos por señas. Y qué más da.

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