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Homo sapiens

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Mirar y ver no forma parte de la cotidianidad del sapiens, cuya mirada es cada vez más consecutivamente sesgada como consecuencia de un sistema que, so pretextos virtuosos, nos lleva ora por micro veredas ortopédicas, ora por macro senderos viciados que responden a la oportunidad del momento, y esto es verdad hasta el punto de que no son pocas las veces en las que en el producto final el continente y la propia fanfarria del proceso de marketing exigen más presupuesto que el contenido. En síntesis, lo que vengo a decir es que, a veces, la caja es más cara que el reloj, pero, claro, un reloj, por humilde que sea, es mucho más que una caja. ¡Dónde va a parar!

Por cierto, abundando en el continente y el contenido, por qué llamaremos teléfono a un adminículo que es cámara fotográfica y de video, reproductor musical, TV, consola de juegos, reloj, cronómetro, despertador, potenciador de la libido entre los jóvenes y los menos jóvenes, estación meteorológica, traductor, fax, telégrafo, calculadora básica y científica, agenda, brújula, bloc de notas, GPS, despertador, grabadora, almanaque, linterna, monitor de videollamada, lector de códigos...

Respecto de lo expresado ¿quién, en los últimos tiempos, ha tenido noticias de las respectivas marcas en cuanto a sus excepcionales capacidades netas como teléfono? Ninguna, amable leyente, ninguna, no se esfuerce en escudriñar en su cerebro, a menos, obviamente, que la consideración que acabo de aludir la hagamos sobre el tercer mundo, que es donde sobreviven las concentraciones humanas más paupérrimas del planeta.

En la mayoría de los lugares más olvidados de la Tierra, los teléfonos son instrumentos para llamar y ser llamados, lo que significa que entre los lugares bendecidos por la fortuna y los lugares castigados por la desgracia hay casi cincuenta años de civilización ganada o perdida, según se mire. Lo escrito, escrito queda, pero, la verdad, «civilización» no debiera haber sido el concepto, porque, con franqueza, me pregunto ¿lo del ser humano actual es avance y civilización sensu stricto?

Pues no –es una opinión–, porque en la rabiosa realidad actual, mientras unos mueren de guerra, tuberculosis y hambruna, otros hacen refinados y costosísimos ensayos para cuando la humanidad deba mudarse de planeta, es decir, algo falla en las intenciones, en los intereses, en las oportunidades y en las ideas, en las buenas ideas en este caso. Por no referir el doloroso pecado de las guerras, medítese simple y llanamente sobre el vergonzante efecto trumpista que algunos locos pretender resucitar. Éramos pocos y parió la abuela.

Cada vez tengo más claro que la humanidad tiene un problema en cuyo meollo subyace la inconsciencia grabada a fuego frente al propio problema en cada caso. «Estamos en crisis cuando no sabemos lo que nos pasa y eso es exactamente lo que nos pasa». Aunque pudiere parecer un trabalenguas como aquel de los tres tristes tigres, no lo es. El pensamiento que acabo de expresar es de Ortega y Gasset, el filósofo de la Rebelión de las Masas que brilló en la España a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX. Don José, curiosamente en vida y después de su muerte, aunque siempre fue solo uno, para algunos siempre fueron dos. Qué vamos a hacerle, ese es uno de los riesgos de la traicionera ye que, en su calidad de conjunción copulativa se pasa la vida copulando sin medida. Para muchos, la antigua i griega, a base de copular se convierte en un mal ejemplo.

Llegado a este punto, se me acaba de ocurrir la peregrina idea de meditar someramente sobre los posibles sinónimos libres de «civilización» y, claro está, mis habitualmente cortas y atropelladas entendederas me han llevado a simplezas metafóricas como progreso, cultura, colaboración, educación, orden, desarrollo, humanidad, empatía..., conceptos estos, todos, que, per se, no se encuentran presentes en buena parte de las sociedades distribuidas a los largo y ancho del planeta. La humanidad, en sus múltiples facetas, demasiadas plenamente contradictorias, va en sensu contrario a la razón y el desarrollo verdaderamente duradero.

René de Chateaubrian, diplomático de profesión, lo vio venir a finales del siglo XVIII:

–«Los bosques anteceden a la civilización. Los desiertos la subsiguen» –dijo.

Mahatma Gandhi, por su parte fue más tremendista y sutil en su apreciación:

–«¿La civilización occidental, dice...? Pues sí, sería una buena idea...» –expresó contestando a un periodista.

Así nos va.

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