TRIBUNA

Problemas y conflictos

Javier Fernández López

En mis tiempos jóvenes, cuando estudiaba bachillerato, recuerdo que un buen profesor, del que aprendí mucho, nos decía en la clase de matemáticas: para resolver un problema es imprescindible plantearlo bien. Si no haces eso cualquier solución que encuentres será errónea. Esa afirmación es perfectamente aplicable a la vida política.

Tenemos la idea de que todo se puede solucionar. Escuchamos, o leemos, una noticia y, de inmediato, se nos ocurre lo que habría que hacer para resolver el tema en cuestión. Por ejemplo, Israel y Palestina.

La diferencia entre un problema y un conflicto es que los problemas tienen solución, pero los conflictos no.

En política abundan los conflictos, aunque los veamos como problemas. La independencia de Cataluña; el encaje de los musulmanes en Francia; la paz en los Balcanes; el mapa de Oriente Medio; los designios de cualquier dios; que los estadounidenses vivan sin armas; mil cuestiones más; y, por supuesto, la convivencia entre palestinos e israelíes en un mismo territorio.

Un político muy notable, aunque poco conocido, Ralf Dahrendorf, nacido alemán y, posteriormente, naturalizado inglés, que llegó a ser nombrado sir, acuñó una de esas frases que deberíamos grabar en los frontispicios de todas las instituciones: «la democracia es la convivencia en el conflicto». Vamos a partir de una premisa que no es exacta del todo, y es que la mayoría de los ciudadanos de los países más desarrollados quieren vivir en un régimen democrático, lo que exige que haya unas reglas y que se respeten. Comenzando por aceptar que la soberanía está en manos del pueblo, de los ciudadanos que tienen la nacionalidad de ese país. Sin ese principio no hay democracia. A continuación, tenemos que convertir ese concepto, soberanía en el pueblo, en reglas, y la elaboración de una constitución es imprescindible, redactada por los representantes de los ciudadanos y aprobada en referéndum por estos.

Ya solo queda cumplirla y, para resolver los incumplimientos, tiene que haber unos tribunales.

Como planteamiento, todo lo que acabo de escribir es sensato y no debería ser difícil de cumplir, salvo que haya una expresa voluntad de no hacerlo. Lamentablemente ese empecinamiento en incumplir existe y ahí es donde nacen los conflictos. Si hablamos de constitución, se trata de asuntos dentro de un Estado, y si de resoluciones de la ONU, nos situamos en conflictos entre Estados.

¿Tiene solución el problema del encaje de Cataluña en España? No. Estamos, por tanto, en un conflicto. Dos soberanías sobre un mismo territorio no son posibles, por lo que hay que pactar unas reglas de convivencia, o de conllevancia, como decía Ortega en el debate sobre el Estatuto de Cataluña de 1932. Cualquier intento de solución es imposible ya que lo que vale para unos no sirve para otros. Los independentistas catalanes nunca aceptarán la soberanía española y los españoles no aceptamos la soberanía que pretenden algunos catalanes. ¿Qué podemos hacer? Convivir, pactar, no hay otra. Y ahí viene lo de la amnistía, claro. Yo ya he expresado en estas mismas páginas mi parecer, no me gusta. ¿Ayudaría una ley de amnistía, aprobada por el parlamento español y avalada por el Tribunal Constitucional para esa convivencia? Muchos queremos creer que sí, así que a esperar.

Hablar de un conflicto entre israelíes y palestinos es correcto, aunque en estos momentos de guerra abierta para ser exactos deberíamos decir entre Hamás e Israel. Afirmar que estamos ante un enfrentamiento de dimensiones mundiales no es exagerado, es enorme y muy complejo. Y ante esta afirmación muchas personas pensarán que solo hay algo que hacer: nada. Otros, como es mi caso, somos incapaces de aceptar la inacción como forma de vivir, por lo que nos permitimos, admitiendo que somos unos ilusos, proponer algo. Mi idea es volver a repetir lo que nació en la conferencia de paz de Madrid, octubre 1991, auspiciada por el gobierno español presidido por Felipe González, y cristalizó en los acuerdos de paz de Oslo, septiembre de 1993. Ahora debería ser la Unión Europea quien tomase la iniciativa, y España podría volver a ser el anfitrión, y Oslo sería una magnífica sede para un hipotético plan de convivencia. Clinton, Mahmoud Abbas, Yasser Arafat, Simon Peres, fueron los impulsores o firmantes y ahora hay que encontrar otros, y no deberíamos esperar ni un día para iniciar esa búsqueda. Los héroes surgen en situaciones desesperadas y nos encontramos en una de ellas.

Para esto solo hace falta una cosa: voluntad. Y aunque el fracaso fuese lo más probable, no deberíamos darnos por derrotados antes de comenzar.

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