La suerte de besar

La papelera es el detalle

Una bolsa de basura abandonada junto a una papelera.

Una bolsa de basura abandonada junto a una papelera. / AIM

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Han hecho obras y han abierto una calle cerca de mi casa dos veces en los últimos meses. La primera fue una ejecución larga y tediosa, con polvo y ruido. La finalidad era mejorar el vial, ampliar calzada y aceras, colocar bancos e instalar unas tuberías grandes y chulas. El objetivo de la segunda fue reparar una avería derivada de la primera. Por prisas finalizaron antes de que todo estuviera perfecto y, al poco, apareció un socavón del tamaño de una falla por el que se perdieron litros infinitos de agua. En la zona hay varios colegios. Uno de ellos tiene cinco líneas por curso y una media de treinta alumnos por clase. Grosso modo, entre primaria y secundaria, hay unos mil quinientos estudiantes. La mayoría usa esa calle para entrar y salir del centro escolar. Además de ser zona de escuelas, también es un barrio residencial. Los vecinos caminan, corren, van en bicicleta y sacan a sus perros a pasear. No es el Paseo del Borne, pero casi.

Con la segunda reforma se han olvidado de devolver las papeleras a su sitio y me da a mí que, en este desamparo higiénico, nos darán las uvas. Cuando los chavales salen del cole con su bocata o con el yogur bebible y no encuentran cubículo donde echar la servilleta o la tapita de aluminio, ¿qué hacen? Algunos, los más limpios, hacen uso del bolsillo de la mochila y muchos otros, los no tan cívicos, utilizan el suelo. Si queremos entornos limpios, conviene facilitar las buenas costumbres, pero no parece ser ésta una opinión mayoritaria.

Durante uno de mis paseos matutinos, me topé con un operario municipal y le pedí si se podían restituir las papeleras. Me contestó que suponía que sí, pero que no podía hacer nada porque ésa, a pesar de estar a dos metros de donde hablábamos, no era «su zona». «¿Puedo hacer algo yo?», pregunté. «Llamar o registrar una instancia, aunque ¿sabes qué pasa? La empresa encargada de las papeleras no es la misma que la de la obra y tampoco es la promotora. Seguramente, nadie le ha dicho que debe recolocarlas. Inténtalo, pero no te aseguro nada. Ya te he dicho que no es mi espacio de trabajo», me respondió amablemente. Una papelera se ha convertido en un misterio sin resolver, en el símbolo que mejor ilustra eso que llamamos burocracia estúpida o el bucle infinito generado por peticiones que saltan de departamento en departamento sin que nadie se haga cargo.

Esta anécdota nimia me lleva a dos reflexiones. La primera es sobre la confianza. La segunda sobre la calidad de vida. Confiar es un factor clave en la relación entre la administración y el administrado. Para la buena salud democrática y cívica es imprescindible creer en la gestión pública eficaz. Si a la mayoría de ciudadanos no les sorprende una chapuza, la falta de profesionalidad o la imposibilidad de ser ágiles es que la confianza en la Administración está en crisis. Mal síntoma. Que el entorno incide en nuestra calidad de vida es una verdad de Perogrullo. Espacios verdes, bancos para descansar, limpieza o aceras amplias y con árboles por las que caminar tienen relación directa en nuestro bienestar. El valor está en los detalles y olvidarse de una papelera es más relevante de lo que parece.

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