DE BUENA TINTA

El cabello de María

Antonio Banderas, en su papel de rey Herodes

Antonio Banderas, en su papel de rey Herodes

Pedro J. Marín Galiano

Pedro J. Marín Galiano

Al inicio de las fiestas de Navidad, vimos en casa el avance promocional de la reciente Camino a Belén, con nuestro Banderas, Antonio, haciendo de rey Herodes junto a una lindísima Fiona Palomo, que interpretaba a la Virgen María. Y yo ya sabía que, nada más terminar el tráiler, mi mujer arrancaría con aquella reivindicación añeja que, enquistada en su corazón desde las más lejana de las infancias, perseguía y sigue persiguiendo la asignación del papel de María de Nazaret para las morenas: un papel que, al menos en nuestras navidades escolares, siempre se asignó a las niñas rubias, como si la Madre de Dios tuviera que ser obligatoriamente una Barbie.

Por aquel entonces, las morenas, o al menos eso dice mi mujer, sólo estaban capacitadas para optar al papel de árbol, pastor, mula, buey u oveja, que de todo tiene que haber en Belén. A lo sumo, también me cuenta, que hubo morenas a las que les endiñaron una barba para que representaran a San José, pero, eso sí, nunca a María.

En esta batalla inmemorial entre morenas y rubias para reivindicar la asunción del papel mariano, se ha venido a conformar un conflicto silencioso, pero no por ello inadvertido, que ha permanecido en vigor durante generaciones.

Pero es que, ahondando en la simplicidad de la trama, también daba la sensación de que, para elegir al representante de cualquier otra criatura celestial, digamos ángeles, los colegios también preferían el cabello rubio al moreno. Incongruencias del casting, que digo yo, pues poco sentido tiene que el aspecto de María se asemeje más al de la raza aria que al de la raza judía. En definitiva: ni vírgenes morenas, ni ángeles morenos. Lo rubio se alzaba entonces como lo celestial, mientras los morenos bajábamos por los cerros de Belén como pastores, árboles u ovejas. En el mejor de los casos, uno podía ser rey mago o, como les digo, san José, que también es santo oye, pero seamos francos: el portal de Belén es como las bodas, sólo hay ojos para la novia o para María, nunca para el novio o para san José, que no dejan, dejamos, de ser, ¡ay!, un elemento accesorio. Por ello, nunca se explicitaron en nuestra juventud escolar más angelitos negros que aquellos a los que cantaba Machín.

Sin embargo, en un mundo donde la justicia social y la igualdad de oportunidades emergen como temas candentes, es hora de destapar el oscuro secreto de los belenes navideños junto a las reivindicaciones y las cicatrices eternas de mi señora: la discriminación capilar. ¿Por qué el cabello dorado ha sido históricamente considerado como un billete de primera clase hacia el estrellato belenístico? ¿Acaso el divino plan celestial incluye un código de vestimenta capilar que favorece a las rubias? Más nos quedaría por ver en una época donde Disney ya favorecía estas tendencias arquetípicas que dibujaban al hermano de Mufasa con cara de talibán.

Hoy por hoy, sin embargo, esta cuestión hace aguas, por mucho que perdure como trauma en el corazón de mi señora. El horizonte mariano, como cualquier otro horizonte, está abierto no sólo a los morenos sino a todo aquello que se precise. No en vano, hace un cuarto de hora que visualizábamos a la nueva sirenita, la Ariel de toda la vida, desde una cinematografía que la mostraba negra y con rastas. Y no es que tenga yo problemas con los negros ni con las rastas: también hay un Aragorn negro en las recientes ilustraciones de Magali Villeneuve, y yo no he dicho ni “ojos negros tienes”, pero bien es verdad que, bajo la inmensidad del mar, si hablamos de Ariel, el tipo dermatológico me pide más la claridad, puesto que allí no brilla el sol y, por supuesto, también se me hacen extrañas las rastas en la profundidad oceánica.

En cualquier caso, a mí, reivindicaciones aparte, tanto me da, que me da lo mismo, que el Capitán América sea negro o azul turquesa, pero bien es cierto que lo propio es lo propio, y que si Gandalf se refleja en la obra de Tolkien como un anciano venerable de barba blanca, no debiera ser interpretado por una jovencita pelirroja en pos de la libertad de la new age, punto en el cual todavía no hemos llegado, pero, ¡ojo!, caminando hacia estas pamplinas vamos, y todo se andará.