Análisis

Hace 20 años, cuando los superhéroes eran de verdad

En 2004, Spider-Man 2 y Los Increíbles popularizaban un género que hoy, veinte años después, ha perdido su fuerza

Tobey Maguire, en 'Spider-Man'.

Tobey Maguire, en 'Spider-Man'. / L. O.

Miguel Robles

Miguel Robles

Hace 20 años Spiderman 2 y Los Increíbles revolucionaron la taquilla y el mundo empezó a acostumbrarse a los superhéroes. Caricaturas de tebeos salieron más a menudo de sus páginas cobrando vida. Con esa nueva costumbre el mundo de Hollywood también cambió, porque entendieron que viñetas, inertes e inanimadas, eran potencial beneficio. Nosotros, espectadores, volvimos lo extraordinario en otra alternativa de ocio. Y por su eventualidad sus estrenos se fueron convirtiendo en acontecimiento. Una excusa para compartir tu tiempo, hacer amigos y también hacer nuevas familias. Debates insustanciales que se prolongan horas por Discord o en el cybercafé. Que no repercuten en la vida de nadie pero combaten los problemas. Los que son de verdad.

Ahora el mundo, con esos mismos pequeños pero que ya son adultos, se ha descostumbrado a voluntad. Está harto. Harto de que la desconexión de su particular rutina de trabajo y facturas ahora va destinada a unir universos interconectados en decenas de películas que derivan en otras decenas de series, y viceversa. Lo que era una excusa evasiva ya es una obligación para seguir lo siguiente porque sino no entiendes lo anterior. Y una inversión forzosa de tiempo que es en vano, porque la mitad de lo que te permite ver tu jornada completa es burlescamente mediocre. Producciones que vienen justificadas a cumplir una cuota de inclusión y presupuestos de plataformas, las mismas que viven en la burbuja de la pandemia, esa sociedad confinada en el sofá y su dispositivo. En 2023 se llegó a la sensación de que por primera vez había más estrenos de superhéroes disponibles en cines que personas en salas. A nivel numérico los superhéroes, y no es un simple juego de palabras, han perdido su poder. 'Echo' ha sido la gota que ha evidenciado un vaso ahogado de agua. Pero en esa conclusión está el error.

hace 20 años, cuando los superhéroes eran de verdad

Una imagen de 'Echo'. / L. O.

Algunos se siguen preguntando por lo absurdo que es fascinarse por personas en mallas, martillos como espadas o anillos que crean cosas de la nada como lo haría un programa Adobe. «28 agentes de la policia contra un tío en leotardos», decía un personaje, cómicamente de una peli del género. Esa referencia casi metaficticia entona la oposición a un subgénero que ha sabido llenar los bolsillos pero olvida que también ha llenado, cuando ha sabido y querido calidad por cantidad, el corazón de una generación.

En un esfuerzo sudoroso de asemejarlo al ascenso y caída que tuvo el western, ven que finalmente se va revelando el carácter equívoco del concepto, culpable aquel slogan de una otro film de 1976 en cuya portada salía un hombre con un rizo delatadoramente infantil, los brazos cruzados y una S en el pecho. La aceptación casi esquizofrénica, como el carácter sectario de los terraplanistas, ufólogos o creyentes de Leo Messi como divinidad, que alguien puede volar.

Los que nos hacemos los entendidos, los niños grandes que llevan playeras de Marvel como regalo de Reyes, relacionamos verosimilitud, la ficcionada capacidad de trepar por las paredes, con lo irrepetible. Como un valor nunca antes visto. Y sobre todo, en una época donde encasillar es deber y lo encasillado repetido, justamente lo que nos hemos acostumbrado a ver con nuestros propios ojos ha perdido la magia de lo inventado. Esta la paradoja de una población que se ha acostumbrado a hacer magia con los dedos, un teclado y un pantalla táctil: hacer tan verdadero lo falso hace perder la esencia de lo falso, lo verdadero. Más poderoso que unas gemas del infinito está el poder de la memoria, del recuerdo de un niño y el levitar de su capa y su traje imaginario ante la pantalla grande. De que todo era posible y que por tanto todo sería para siempre. El axioma de la infancia que aún haciéndonos mayores nunca debemos dejar de enunciarlo, aunque vayamos perdiendo esos superpoderes. Y que las grandes productoras dejen de cuantificarlo.

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