EL PASEANTE

Shakespeare en las tabernas

El independentismo catalán resulta antipático. Un supremacismo que asoma su patita bajo la puerta nada más que puede

Gabriel Rufián, durante un Pleno del Congreso.

Gabriel Rufián, durante un Pleno del Congreso. / David Castro

José Luis González Vera

José Luis González Vera

Como en aquella letra de Machín, sin firmar un documento, ni mediar un previo aviso, sin cruzar un juramento y, por supuesto, sin saberlo, nuestra política se ha polarizado en torno a dos conceptos teatrales del siglo XVI. Por un lado, encontramos a quienes podrían organizar sus mítines en corrales de comedias, como el de Almagro. Un club del honor ofendido, que bien podría presidir Emiliano García-Page presidente de la Castilla eterna, junto a los irreductibles adictos de aquella honra sin barcos del Desastre del 98, actitudes y figuras que pueblan la extensa obra dramática de Lope de Vega, un casi químico temperamental que pormenorizó, ante las candilejas, las cualidades del honor, el elemento de la tabla periódica de los sentimientos siempre proclive a las manchas. La mirada cargada de intenciones, una palabra a deshora o no dicha, el gesto, una cadencia respiratoria más allá de lo que alguien considere prudente, todo, cualquier cosa, lo ensucia, y ya sabemos que el único detergente universal que admite es la sangre ajena, si pudiera ser, mezclada con sufrimiento. Mediante esta fórmula producía tragedias Lope. Por muy pocas monedas, sus diálogos devolvían al público los odios que aquellas gentes anhelaban como alimento para los parámetros de su existencia. Imaginemos a aquellos espectadores vitoreando muertes y cuchilladas. Por otro lado, descubrimos a los políticos que nadan en el estanque repleto de caracteres idénticos a los que Shakespeare, contemporáneo de Lope, vivificó durante una parecida revolución de fórmulas dramatúrgicas que se produjo en la España e Inglaterra de aquellos siglos. El inglés profundizó en conceptos más complejos que los que trazó el escritor madrileño. Romeo y Julieta encarnan la respuesta al poder del odio; Hamlet, al ansia de mando y el límite de la venganza. Sobre las turbulencias de estos arrecifes del comportamiento humano navega Pedro Sánchez, ya convertido en personaje, junto a sus escuderos, y a sus antagonistas.

El independentismo catalán resulta antipático. Un supremacismo que asoma su patita bajo la puerta nada más que puede. En su ideario militan conversos como Rufián que expone ofendido eso de que sus abuelos marcharon de Andalucía a aquella región, mientras olvida que busca que sus primos lejanos lleguen ahora a Cataluña como extranjeros. La ultraderecha, que en el Ampurdán apenas se distingue de las otras formaciones nacionalistas, y que siempre considerará a los rufianes como lacayos útiles que, en realidad, nunca fueron de la “terreta”, ya ha dejado ver sus convicciones racistas y exclusivistas apenas fue mencionada una transferencia indefinida de los asuntos migratorios. Los de Junts per la Pela, se exiliaron de la política, abominan del entendimiento y sólo pretenden gasolina en los parlamentos. Pero para todos estos pirotécnicos de la convivencia, también CUP y CDR, por desgracia, hay que articular una amnistía al margen de que sus votos sean necesarios o no. Un sapo difícil de tragar para una sociedad española pacífica y la que ha costado mucho esfuerzo, incluso sangre, vertebrar cauces de empatía. Este amasijo de presuntos parlamentarios intenta que la generosidad del Estado aparezca como una derrota. Ante el Gobierno se erige un ser o no ser que, en realidad, define el sentido de la política. La democracia obliga a negociación y pactos. Ni todas nuestras ideas ni todos las personas somos compatibles. El caso es que la obra de Lope se ancló en épocas y conceptos ya caducos; sus comedias se pueden exhibir como muestra de unas ideas fósiles, ajena a aquella reflexión y purificación colectiva que los griegos pretendían desde los escenarios. Sin embargo, estos embrollos pasionales al estilo de Shakespeare, con sus mentiras, ansias, egoísmos, su poquito también de nobleza y bondad, permanecen tan vivos que organizan pases involuntarios en la política española cotidiana. Lope fue el rehén de su auditorio y hoy escribiría guiones de programas televisivos tan exitosos como prescindibles. Shakespeare habría confirmado sus intuiciones en cualquier taberna de España.

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