Tribuna

Amnistía y su razón de ser

Antonio Porras Cabrera

Antonio Porras Cabrera

En el mundo de la política casi nunca las cosas son lo que parecen, o lo que nos quieren hacer creer. Cada partido arrima, lo que vulgarmente se dice, «el ascua a su sardina». Y eso es lo que estamos viendo sistemáticamente, con mayor evidencia en los últimos tiempos. No dejaré de hacer llamadas al sentido común del ciudadano para que no se deje embaucar, o manipular, por avieso discursos que pretenden llevarnos al redil del discursante. Cuando escuchas con la frialdad requerida los mensajes políticos y los intereses que se adivinan detrás de ellos, acabas convertido en un mar de dudas, en una eterna sospecha que te lleva al convencimiento de estar sometido a una «comida de coco», tocando fibras sensibles que dinamitan la realidad y el razonamiento lógico, para evitar centrar tu pensamiento en un análisis más certero en busca de un juicio más justo y racional para mejor conocer la realidad que te modulan a su conveniencia.

Todos sabemos, o deberíamos saber, que España es un país poliédrico históricamente hablando. Se forjó desde la diversidad, desde el concepto de las Españas, donde diferentes reinos se fueron integrando, bien por pactos de sangre con matrimonios interesados de príncipes y herederos, como ocurrió prioritariamente con los reinos cristianos, o por las armas, como se dio en el caso de la conquista de los reinos musulmanes.

Por lo general, cada reino mantuvo sus privilegios, leyes seculares o fueros, hasta la llegado del absolutismo de la casa de Borbón, bajo la influencia del rey Sol (Luis XIV), que fue un claro ejemplo de despotismo manifiesto con su frase «el Estado soy yo». Su nieto, Felipe, que sería V a la postre, da al traste con las referidas leyes y fueros, abolidos mediante los Decretos de Nueva Planta, que afectaron prioritariamente a los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca que apoyaron al otro pretendiente al trono, el archiduque Carlos, reconocido en toda la Corona de Aragón como Carlos III, con el apoyo de Austria e Inglaterra.

Pero no nos engañemos las divergencias vienen de más lejos. El acceso al poder de los Reyes Católicos ya fue objeto de sospechas por intrigas palaciegas. El acceso al trono de Castilla de Isabel, fue precedido de dos hechos cuestionables, como son su conflicto con su medio hermano Enrique IV y la controversia sobre la legitimidad de su hija Juana, llamada la Beltraneja, además de la cuestionable muerte de su hermano Alfonso, heredero previo a ella de ese reino. Una guerra civil más con la Farsa de Ávila destronando a Enrique y sus consecuencias. Pero no es menos controvertido el acceso de Fernando al reino de Aragón por la sospechosa muerte de Carlos, el Príncipe de Viana, título que ostenta el heredero al reino aragonés y sus dominios, medio hermano también de Fernando el Católico por parte de padre.

Nuestra historia está cargada de episodios poco claros, de confrontación y conflicto y de intentos de influencias, cuando no de manipulaciones interesadas. Todo ello ha mantenido un rescoldo que, desde la diversidad, amenazó siempre la convivencia y que tiene, tal vez en el siglo XIX, el máximo exponente del conflicto y el declive del imperio, ya resbalando sobre el tobogán del desastre desde antes de la guerra de sucesión, con las implicaciones bélicas como potencia predominante de sus tiempos.

No transcribo aquí un panorama halagüeño, mas no pretendo ir más allá en el análisis histórico para dar cuerpo a este texto. Somos lo que somos, en parte, por lo que fuimos; o sea un traje formado por trozos heterogéneos de tela, cosido a duras penas, bien por la fuerza del poder de la armas, bien por compromisos puntuales, pero con demasiadas arrugas y desperfectos. Eso hace que se mantenga cierta añoranza en una parte más o menos significativa de determinadas zonas de los viejos reinos, con fundamentaciones muy válidas para unos y nada para otros.

En Cataluña, por ejemplo, el independentismo siempre tuvo su público y sus defensores a ultranza. Yo viví 10 años allá (1967-77) y pude comprobar cómo un 17% aproximadamente se identificaba con el independentismo, según algunos estudios. En todo caso, lo que sí existe, casi de forma generalizada en cada comunidad, es cierto nacionalismo en segmentos variables según el caso. Hay un nacionalismo español predominante, impositivo y muy ligado a sectores políticos de la derecha española que se arroga el legítimo derecho de ejercerlo mientras descalifica a los ortos nacionalismos de corte más localista.

Y en estas estamos. Con un choque de trenes producido en la pasada década, al rechazarse el nuevo Estatuto catalán propuesto, que pudiera haber pacificado y garantizado la convivencia otros 40 años. Luego vendría el conflicto, un considerable aumento del independentismo, el referéndum ilegal del 1-O y la intervención policial, la fugaz declaración de independencia, el 155, el complicado proceso judicial con la huida de Puigdemont a Bruselas, el acceso al poder del PSOE, los indultos, etc.

Ahora, después de exacerbarse la confrontación hasta términos irreconciliables, la solución se complica. Sabemos que la paz impuesta por la fuerza al vencido no es paz sino humillante sumisión, pues la paz verdadera es la paz pactada para dar solución al conflicto. Yo creo que la mayoría de los políticos, incluidos los catalanes, saben que solo un acuerdo consensuado bajo el amparo de la ley, puede resolver el asunto. Digo todos, pues después de lo oído a Feijóo no queda duda de que él también, como ya dijo en su día, busca, o debería buscar, el encaje de Cataluña en España. Otra cosa es que, estando en una lucha sin cuartel por el poder se antepongan intereses de partido a intereses de Estado. Por desgracia se ha agriado y soliviantado en demasía el debate político con insultos y descalificaciones, con derogar el ‘Sanchismo’, con bloquear la renovación del CGPJ, con bulos y mentiras, incluso con acoso, por fuerzas de dudoso espíritu democrático, a la sede de Ferraz, etc. haciendo de la amnistía un ‘casus belli’ sabedores, además, de que posiblemente sea la única salida que garantice un futuro inmediato estable, lo que complica el entendimiento. Todo es cuestión de pactar con un objetivo claro de convivencia, amplitud de miras y valor.

Concluyo recordando un documento de la Oficina del alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos (2009), donde nos habla de la amnistía como un instrumentos del estado de derecho para sociedades que han salido de un conflicto, donde especifica textualmente: «La amnistía tiene como finalidad crear condiciones propicias para alcanzar acuerdos de paz o bien favorecer la reconciliación nacional».

La dependencia es sumisión, la independencia ruptura, la interdependencia articulada es convivencia. Nuestro problema radica en articular esa interdependencia.