Opinión | Hoja de calendario

11-M: prosigue la gran tergiversación

Veinte años después del 11-M, hemos asistido a la triste evidencia de que la herida no solo no se ha cerrado sino que permanece abierta y supurante, de que sigue en carnazón la tragedia que causó aquella matanza islamista en las carnes de este país. La historia es sin embargo simple: las hordas fanatizadas de Al Qaeda sembraron de bombas un convoy de cercanías madrileño como probable represalia por la implicación de nuestro país en la guerra de Irak, a la que el presidente Aznar decidió acudir contra la mayor parte de la opinión pública española. Desde el primer momento, hubo indicios claros de que aquella masacre no era obra de ETA, pero el Gobierno, consciente de que si se confirmaba la autoría islamista podía ser responsabilizado indirectamente de los atentados, se asió al clavo ardiente de la paternidad etarra, que todavía no ha rechazado completamente. Tras el 14-M, en que el poder pasó a manos de Zapatero, las tesis de Aznar se vieron reforzadas y potenciadas por algunos medios, mientras Rajoy, líder de la oposición, sentado en el clavo ardiente de la gran mentira, sembraba una agobiante crispación en la legislatura, en la que acusó a ZP de ‘traicionar a los muertos’ en Euskadi. Mientras el líder socialista consumaba el final definitivo de ETA sin ceder a los terroristas ni un milímetro de la dignidad del Estado.

Como es conocido, FAES, la Fundación de Aznar, ha irrumpido este año en el 14-M con una declaración en que sigue sosteniendo que el gobierno de entonces dijo la verdad al difundir por aire, mar y tierra la falsa autoría de ETA. Según FAES, el PP no mintió. Los «profesionales del embuste» son quienes acusan a José María Aznar y su gobierno de entonces de mentir. Como es notorio, el gran embuste tiene, en efecto, padres periodistas, cuyo nombre está en la mente de todos, que se han desacreditado al cometer aquella felonía. Por lo demás, conviene recordar que cuatro meses antes de los atentados, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) advirtió al Gobierno del PP del riesgo creciente de atentado islamista en España, e incluso identificó al argelino Allekema Lamari, uno de los siete terroristas que se suicidaron el 3 de abril de 2004 en Leganés (Madrid). El 16 de marzo de 2004, cinco días después de la masacre, el CNI, que dirigía Jorge Dezcallar, responsabilizó a Lamari de la matanza y reclamaba su detención «urgente y prioritaria». Por lo demás, el propio Bush confirmó a Lorenzo Milá que sus servicios de información sabían que la matanza no había sido obra de ETA sino de los islamistas. Como dictaminó tiempo después el juez Gómez Bermúdez en una sentencia impecable, que fija institucionalmente la verdad jurídica de lo acontecido.

Un sector del PP es consciente de esta amarga realidad, pero resulta inquietante la versión de los hechos que dio ayer en RNE José María Lassalle, estrecho colaborador de Rajoy desde aquellos aciagos días. Lassalle dibujaba al PP de Rajoy como una víctima de la soberbia aznarí y alegaba que el PP ‘oficial’ jamás secundó la pintoresca teoría de la conspiración que Pedro J. y Losantos llevaron a límites inauditos. Esta es una nueva falsedad que explica probablemente que hoy por hoy no se haya resuelto todavía la quiebra de la convivencia política que se produjo aquel 11-M: el PP, ni el de Rajoy durante su legislatura ni el de Feijóo ahora, nunca se ha desmarcado ni de Aznar ni de sus «compañeros de viaje» periodísticos.

La densidad espesa de aquella gran falacia todavía dificulta insuperablemente la recuperación de un cierto fair play político entre PP y PSOE que existió hasta aquel aciago 2004. Y la obstinación del aznarismo por mantener arrogantemente un error constatable y contrastado tiene graves repercusiones sobre la estabilidad del país. Pese a todo, hasta ahora se han conseguido trabajosamente equilibrios políticos relativamente estables pero si miramos a nuestro vecino Portugal, entenderemos que podemos adentrarnos fácilmente en parajes que no son transitables si PP y PSOE no restauran, por la vía de la racionalidad, sus relaciones políticas.

Suscríbete para seguir leyendo