Opinión | Málaga de un vistazo

Decibelios

Radares de peso y ruido.

Radares de peso y ruido. / L. O.

Los escándalos no forman ruido entre tanto alboroto. Si uno quiere hacerlo mal y pasar desapercibido ahora es el mejor momento. Qué más da cuántas noticas salgan ni cuántos programas se llenen con el asunto que esté sacudiendo una actualidad ya de por sí temblorosa. La mayoría de los espacios acaban normalizando lo que sea que pase precisamente por medio de hablarlo y hablarlo hasta volverlo trivial. Las tertulias de cualquier asunto se parecen ya mucho o demasiado a las de fútbol, también en política solo se ve penalti en el área contraria. Salta una polémica nueva, un engaño, un desfalco, uno que aprovecha cuando nadie está mirando para alargar la mano a lo que había echado el ojo y bueno, pues lo de siempre; unos dicen que exageran otros que se minimiza, unos acusan, otros exculpan y en fin, todo termina en un punto medio tras barrer unos para su lado y los otros para el otro y levantarse el polvo bajo el que desaparece todo. El alboroto que se genera de cualquier tema termina siendo también la manera de triturar el escándalo en partes más pequeñas; bullicio, sospechas, sorpresas, griteríos, detalles y matices que al final hacen más digerible cualquier barbaridad o fraude. Y así nos lo comemos.

También pasa al revés y de la nada de repente se monta un cirio impresionante y la prensa le da bola a un tema con el que a saber por qué razones se obsesiona y una pequeña anécdota o una acción desafortunada o mala práctica, sufre la misma suerte y el mismo trato que la mayor de las canalladas. El volumen del mundo está alterado y da igual que se grite por abajo o que se silencie por arriba, se dice de todo, pero no se escucha nada. Las noticias pasan por los días como ladridos del perro del vecino, tan molestos primero como ignorados luego.