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Ed Piskor, la cancelación y mi agria polémica con Tristán Ulloa

El suicidio del dibujante por su cancelación tras varias acusaciones de conductas sexuales inapropiados debe movernos a reflexionar sobre quiénes somos, qué decimos y cómo actuamos en la esfera pública 

Tristán Ulloa, en 'El caso Asunta'

Tristán Ulloa, en 'El caso Asunta' / Netflix

Anoche terminé la jornada, de madrugada, leyendo, bastante hecho polvo la verdad, la nota de suicidio de Ed Piskor. El dibujante de cómics, autor de 'Red Room' y 'Hip Hop Family Tree', se había matado horas antes al no poder afrontar las consecuencias de las acusaciones de conducta sexual inapropiada de dos mujeres, incluido el grooming de una de ellas cuando era menor de edad. Piskor no se vio capaz de soportar la cancelación de una exposición de su obra en Pittsburgh y el final de su asociación con su compañero Jim Rugg en su podcast 'Cartoonist Kayfabe', tampoco pudo superar los comentarios más o menos terribles, más o menos hirientes por miles en las redes sociales.

«Siento haber sido tan estúpido», comienza la carta, en la que proclama su inocencia en el caso de Molly Wright (la menor con la que mantuvo relaciones sexuales), anima a que su familia dedique sus esfuerzos a llevarla a juicio y, sobre todo, trata de hacer entender su decisión de suicidarse, apuntando a los responsables indirectos: «Sabía que no iba a poder sobrevivir a esto. Para mí el cómic está más allá de una profesión. Lo es todo. Puede que esto suene triste y patético para algunos, pero esta cultura y este medio me dieron la mayor alegría de mi vida [...] Había muchos por ahí esperando entre bastidores a que surgiera algo como esto [las acusaciones de conducta sexual inapropiada] y os lo han servido en bandeja de plata». Las reflexiones de Piskor, efectuadas desde la más franca intimidad, me desarmaron de manera inesperada, quizás porque días antes viví una experiencia online que me dejó algo tocado. 

El 25 de marzo Netflix anunció el estreno de la miniserie 'El caso Asunta', protaginizada por Candela Peña y Tristán Ulloa. Al ver el cartel de la producción, que me resultó algo ridículo, típico de esos exploits que dramatizan casos reales, escribí en mi cuenta de Twitter: «Hace unos años Tristán Ulloa decidió decirle que sí a cualquier cosa que le llegara a su agente y ahora, 23 cutre series y 10 pinículos después, debe de ser multimillonario». ¿Por qué lo hice? Ni idea. Suelo ser bocazas y repelente en ocasiones, quizás especialmente en esta vida virtual de internet. De alguna manera, llamaba la atención sobre cómo actores de valía como Ulloa terminan aceptando unas propuestas de contenidos coyunturales, que vienen y van, en las que el mérito creativo o artístico no son lo primero, en la que se trata de coger el dinero y correr. Así que, sí, en el fondo, era una extraña, quizá la más extraña de todas, forma de adulación al intérprete.

Bien, un par de días después alguien le hizo llegar a Tristán Ulloa mi tuit (no le etiqueté en el mío, ni siquiera sabía que tenía cuenta en la red) y el hombre, muy molesto, escribió (etiquetándome): «Hace no sé cuánto, un tal Víctor Aguilar Gómez, de La Opinión de Málaga, decidió juzgar una serie por su cartel y la hipotética situación económica de un actor sin conocerla. Pero lo suyo no es cutre sino puro rigor periodístico. Lo siento por La Opinión de Málaga». A partir se desató una tremenda tormenta de mierda sobre el que suscribe por parte de fans del actor, compañeros de profesión y hasta Juan Ramón Lucas; los adjetivos más suaves que recibí fueron «papagayo» , «cochambroso» y «heredero de Carlos Boyero» (incluso, en una pirueta abracadabrante, me llamaron «nazi» y «sionista»); también se pidió mi destitución a «mis jefes».

A partir se desató una tremenda tormenta de mierda sobre el que suscribe por parte de fans del actor, compañeros de profesión y hasta Juan Ramón Lucas

Reconozco que contemplé cómo se montó este temporal de mal rollo hacia mí con más curiosidad que enfado o tristeza. Aquel día, eso sí, me molestó que se dudara de mi profesionalidad, especialmente que se mezclara mi profesión en ello: al fin y al cabo, mi tuit se lanzó desde una cuenta personal, la mía, en la que no ejerzo como periodista sino como persona (cuando le pregunto a mi mujer por cómo le ha ido el día no es parte de una entrevista). 

Intenté entablar una conversación con Ulloa (algunos compañeros de profesión también intentaron mediar, sin éxito), exponiéndole mis argumentos. No respondió. A un colega sí le escribió cuando éste le trató de explicar que mi tuit había sido «un chiste, mejor o peor, pero un chiste»: «¿Era un chiste? Un jefe de Cultura usando el cartel de una serie a punto de estrenar que reúne el trabajo de mucha gente y que él aún no ha visto?», tuiteó el actor. A otro actor, Patxi Freytez, le aseguró que «jamás volverá a colaborar» con este periódico. Y chitón: ejerció su derecho al silencio del ofendido.

La cosa quedó en eso, yo ya me había olvidado del asunto, hasta que me entero del suicidio de Ed Piskor. Entonces regresan a mi cabeza las acusaciones de seguidores y compañeros de Tristán Ulloa («Troll», «hater», «resentido», etc.) pero con un nuevo sentido. Por supuesto, afortunadamente, la situación no es comparable (no acusé al actor de un comportamiento sexual inapropiado ni el hombre se ha quitado la vida por mi tuit) pero, de alguna manera, sí tienen cosas en común. Muchas veces, escribimos sin saber o, peor, sin que realmente nos importe, sin conocer las circunstancias, muchas veces simplemente para hacerte el listo o para hacer reír a los que también se hacen los listos y cuya aprobación, guiño o like buscas; muchas veces, escribimos como lanzando palabras al aire, soliloquios que uno deja escritos pero que cree que nadie leerá, ni siquiera aquellos o aquellas que los inspiraron; también, muchas veces, sobrerreaccionamos, buscamos al culpable y que se le 'decapite', nos convertimos en miembros de jaurías para acorralar al otro sin preguntar ni cómo ni por qué, y nos negamos a escuchar.  

Muchas veces, escribimos sin saber o, peor, sin que realmente nos importe, sin conocer las circunstancias, muchas veces simplemente para hacerte el listo o para hacer reír a los que también se hacen los listos

Hoy, ¿volvería a tuitear lo que tuiteé sobre Tristán Ulloa? Supongo que no.Cuando algo innecesario (mis observaciones sobre la carrera de un actor, que éste maneja como quiere o puede) provoca un disgusto deja de ser innecesario para ser algo molesto, cansino. Ojo, no crean que he visto la luz ni nada parecido; mantengo lo que escribí (y también escribirlo y publicarlo: no creo que deba pedirle perdón), pero supongo que no todo lo que pensamos debe ser dicho o dicho en público. ¿Hipócrita? ¿O cobarde? ¿O discreto? Ni idea. Quizás sea el momento de comernos nuestros montoncitos de ironías despiadadas, chistes deslenguados y verdades incómodas en vez de lanzarlos despreocupadamente, y de actuar en la esfera pública con las precauciones del que puede hacer daño. Es la pregunta que me hago tras mi agria polémica con Tristán Ulloa; los que también participaron que se formulen las que consideren convenientes.