Opinión | Análisis

Si jugamos en las ligas mayores, jugamos en las ligas mayores

El certamen había sido incluido en la selecta lista de los certámenes de categoría A, la elaborada por la Federación Internacional de Asociaciones de Productos Cinematográficos

La gala de clausura del Festival de Málaga de 2024, en fotos

La gala de clausura del Festival de Málaga de 2024, en fotos / Gregorio Marrero

Esta edición, la vigesimo-séptima, del Festival de Málaga contó con el mejor de los prólogos: poco antes del comienzo de la convocatoria, se anunció que el certamen había sido incluido en la selecta lista de los certámenes de categoría A (San Sebastián es la única cita española que figura), la elaborada por la Federación Internacional de Asociaciones de Productos Cinematográficos. Ahí están, claro, Berlín, Venecia, Cannes y una decena más de festivales de todo el planeta, la crema y, desde ahora, también el nuestro, el de cine en español. La cuestión es que eso implica, en mi opinión, un cierto cambio de actitudes y criterios en algunos aspectos.

Por ejemplo, de nuevo ha habido empacho de películas. No me vale la posición del Festival de Málaga, expresada por su director, Juan Antonio Vigar, en numerosas ocasiones, según la cual la gran cantidad de cintas incluidas en la Sección Oficial, tanto la competición como fuera de ella, proviene de la tremenda cantidad de cintas recibidas y la voluntad de reflejar la diversidad de tonos, formatos y estilos del audiovisual facturado en España e Iberoamérica. Una cita cinematográfica ha de ser filtro y criba, porque también es una marca, un sello, que se ve perjudicado si un largometraje que ha seleccionado resulta ser una auténtica patata. Una película como Invasión, pobre en todos los sentidos, va a pasear en su póster el logotipo de la biznaga de haber figurado en la Sección Oficial del Festival de Málaga, y ahí también se juega su prestigio nuestro certamen. Porque no se puede programar a cholón, con el objetivo de abarcar y taparte la nariz.

El director argentino Marcelo Piñeyro, ayer en el Teatro Cervantes.

El director argentino Marcelo Piñeyro, ayer en el Teatro Cervantes. / Gregorio Marrero

Luego hay detalles de calidad que no pasan desapercibidos. Viene desde Argentina el gran Marcelo Piñeyro a recoger su Premio Retrospectiva y se encuentra con que el certamen no ha programado ni una sola de sus películas (cuando, para más inri, algunas de esas cintas fueron rescatadas por los cines de su país hace sólo unos meses). Aseguran desde la organización que es un «problema de falta de salas». Sí, es cierto, hay overbooking en los espacios con pantallas que proyectan en el marco del Festival de Málaga. Pero he ahí cuando la calidad y lo bien hecho ha de prevalecer sobre los números: un poquito de menos películas de la Sección Oficial Fuera de Concurso (no nos engañemos: la gran mayoría eran simples preestrenos, de escasa enjundia) habrían permitido ese espacio para haber cuidado con esmero y mimo el galardón a Piñeyro. Que sí, que quizás sea un detalle para la mayoría, pero es que ahora si jugamos en las ligas mayores, jugamos en las ligas mayores.

En este sentido, sí me han agradado algunas de las nuevas secciones por las que han apostado Vigar y su equipo, como Underground Andaluz (la recuperación de un par de clásicos ocultos del cine made in Andalucía, con coloquio con sus responsables incluido). Es un ejemplo de una de las líneas que debe seguir el Festival de Málaga, la de generar contenidos propios, ejercicios de imaginación basados en una mirada propia al audiovisual en español, el de hoy pero también el de ayer, para generar tendencias, rescates, cultos, conversaciones. No basta con ser un festival de panorámica, de estrenos, del hoy de nuestro cine, sino que también hay que proponer recuperaciones, reparar injusticias, apuntar a notas al pie de página que, quizás, sean más importantes de lo que los cánones nos han marcado...

Y sería bueno hacerlo no todo siempre en una sala de cine. Es cierto que después de una pandemia que fue cruenta con ellos, urge recuperar estos espacios, devolverlos a la cotidianidad de los cinéfilos. Pero también que el Festival debería apostar por otros formatos, no realizar todas sus actividades poniendo sillas debajo de una pantalla en blanco tras proyectar una película y dejar que los protagonistas hablen. Creo que toca sorprender en este sentido, sacar el cine a la ciudad, diseñar ideas más festivas y que impliquen a otros públicos, no necesariamente los que forman parte del club del Cine Albéniz.

En resumen, para las próximas ediciones del Festival de Málaga, por fin en la categoría A de los certámenes cinematográficos del mundo, pido exigencia y criterio, plus de calidad, imaginación y búsqueda de nuevos públicos a través de formatos inesperados. Estoy convencido de que lo pueden lograr.