Opinión | Arte-Fastos

Habitantes de un mundo ¿feliz?

Stella Kamazón critica la hiperconectividad que nos convierte en seres desvalidos en su muestra en el Hotel Lima (Marbella)

'Teresa' y 'Antonio', de S. Kamazón.

'Teresa' y 'Antonio', de S. Kamazón. / L. O.

Por alguna misteriosa razón, pocos eran los visitantes que no se fotografiaban junto a Gonzalo, la escultura que abre el recorrido de la nueva individual de Stella Kamazón en el Hotel Lima, de Marbella, incluida en el ciclo Lima Contemporánea. Fijada en la pared y compuesta tan solo de cabeza, cuello y antebrazos (toscos, casi antropomorfos), atraía todas las miradas pero suscitaba escasos comentarios; más bien provocaba reflexiones silenciosas, según pude observar. Personalmente me recordó aquella mítica escena final de Star Wars Episodio V, cuando Han Solo es congelado en carbonita y su rostro y manos afloran, crispadas, en un dramático altorrelieve. Si nuestro héroe galáctico fue víctima de una traición, Gonzalo sucumbe ante un enemigo silencioso, omnímodo e implacable, las nuevas tecnologías, cuyo referente más universal lo porta en sus manos: un teléfono móvil.

Consciente del poder taumatúrgico de esta pieza, Paco Sanguino, comisario de la exposición, articula un método discursivo basado en la alternancia de diversas técnicas (escultura-acrílico-xilografía); acertada estrategia que potencia, formal y conceptualmente, el mensaje de la autora. Comprometida con las claves de la sociedad actual, en esta ocasión se centra en el uso descontrolado de la tecnología digital y sus efectos negativos: estrés, aislamiento, nomofobia, etc. Critica esa «hiperconectividad» que convierte a los ciudadanos en seres desvalidos, sin identidad (incluso las pinturas carecen de título), presos de una adicción tiránica que los reduce a meras formas incompletas, sin rasgos ni perspectiva (vital o espacial). La dualidad rojo-negro, los vacíos y la distribución en rectángulos verticales confirman la grieta, el drama existencial de estos desdichados, que esperan impacientes cada novedad tecnológica (Yo soy, El mundo en mis manos).

Aunque solo sea un espejismo, el anonimato de lugares y nombres que impera en la obra pintada aparenta feliz soplo de humanidad en el medio escultórico. Ramón, Carmen, Petra, Ángela, Luis, Emilio... Una galería de personajes de alambre y cartón que remedan tipos cotidianos pero que albergan (otra vez) una terrible realidad: su adicción al móvil. Tanta es su dependencia que los rostros se han abotargado, embrutecido (ya en los años cuarenta, Adorno y Horkheimer pronosticaban el embrutecimiento de las masas), y sus manos y piernas transformado en prótesis metálicas. Quizá sin saberlo, Kamazón ha dado vida a unas criaturas híbridas que han traspasado el umbral de la singularidad tecnológica, momento soñado por Ray Kurzweil y los transhumanistas porque marcará «el comienzo de una nueva versión humana con la fusión de personas y máquinas». Un sueño antropotécnico del que Stella Kamazón nos muestra los primeros ¿humanoides? ¿prototipos?

[P.D. Por cierto, ahora comprendemos porqué Gonzalo concitaba tanta expectación: los visitantes estaban encantados de fotografiarse junto a su propio selfi].