Crítica

Ni heroína ni puta, sólo una mujer que se busca

Crítica de 'Mi vacío y yo', de Adrián Silves, en la Sección Oficial del Festival

Raphaëlle Pérez, en el filme

Raphaëlle Pérez, en el filme / La Opinión

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Dirección: Adrián Silvestre

Guión: Adrián Silvestre, Carlos Marqués-Marcet y Raphaëlle Pérez

Reparto: Raphaëlle Pérez, Alberto Díaz, Carles Fernández Giua, Carmen Moreno, Marc Ribera, Isabel Rocatti

Vamos primero con lo que me ha gustado de 'Mi vacío y yo'. Hay dos tipos de películas sobre una mujer trans: las primeras, las que las retratan como heroínas, guerreras infatigables (que suelen ser interpretadas por actores en busca de un Oscar) que no ceden jamás ni un ápice en su justa lucha reivindicativa; el segundo, ya lo saben, el artefacto sórdido, enfangado en el morbo arrabalero, de madrugadas peligrosas y mal rollo general. Adrián Silvestre, en cambio, nos presenta con tranquilidad y cotidianidad a una joven veinteañera que se escapa de términos y convenciones, que no se siente descrita ni aceptada, en parte porque ni ella misma se acaba de entender. Qué bien que podamos acompañarla por ese camino de contradicciones, dudas y dilemas, algunos más sencillos que otros, sobre su búsqueda del lugar en el mundo y en el espejo. Ah, y qué bien que ella, a veces, nos caiga un poco mal, resulte algo repelentilla, y otras queramos cogerla de la mano para ayudarla en sus bajones.

La lástima, o sea, lo que ya no me interesó tanto de 'Mi vacío y yo', es que en la persecución de la naturalidad y la voz baja a la hora de reflejar conflictos tan íntimos y sociales al mismo tiempo, Silvestre y sus guionistas (la protagonista, Raphaëlle Pérez, y el bien conocido por estos pagos Carles Marqués-Marcet, autor biznagueado por '10.000 km' y 'Los días que vendrán') caen en obviedades, arquetipos e ingenuidades. Muchas, demasiadas escenas, ya desde el mismo comienzo de la película, son demasiado didácticas, parecen adaptaciones de un folleto sobre identidad sexual de cualquier consejería de Juventud; en esos momentos, insisto, demasiados, se notan las costuras, la tesis, se percibe que Silvestre se siente incómodo en los corsés de guión, que lo suyo es más de miradas y momentos pequeños, reveladores, que sabe más mostrar que explicar. Este gran inconveniente lastra, qué pena, las muchas posibilidades de un filme sobre nosotros y los demás, lo que sentimos y lo que vemos en el espejo, lo que queremos de nosotros mismos y de los otros.

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