Crónicas de la ciudad
El Comandante Benítez y el camuflaje filipino
Pese a que combatió en el desértico Rif, el monumento al heroico Julio Benítez, oculto por tanta palmera, evoca a uno de los últimos de Filipinas o a la Guerra de Cuba
Ayer hablábamos del semioculto y poco divulgado monumento a los malagueños asesinados por las huestes nazis de un pintor austriaco de segunda fila, en los jardines de la antigua Casa de la Misericordia.
Como saben los escrutadores del espacio público de Málaga, los monumentos han ido evolucionando y con las nuevas incorporaciones han ido perdido el aire decimonónico que situaba a los homenajeados -en la mayoría de los casos españolitos con barba o curvilíneos bigotes- en lo alto de un pedestal, rodeados de marmóreas alegorías, laureles y otros oropeles.
Así, el monumento a don Antonio Cánovas, pese al pedestal y el bigote del homenajeado, rompió moldes y alguno hasta se rasgó las vestiduras ante esta osada reinterpretación del estadista, obra del joven antequerano Jesús Martínez Labrador.
El siguiente paso en la adecuación de los homenajes escultóricos a nuestro tiempo ha sido bajar las obras del pedestal y transformarlas en un reclamo turístico más de la ciudad. Como adivinan, son los casos de las esculturas sedentes de Hans Christian Andersen (Acera de la Marina) y Pablo Ruiz Picasso (plaza de la Merced), que no pasan un día sin un turista de compañeros de banco.
Hay también una tendencia intermedia que consiste en colocar el monumento en un entorno paisajístico que también evoque al homenajeado. Es lo que ha ocurrido con el grupo escultórico de Félix Rodríguez de la Fuente, obra de Antonio Arjona, que además de estar más en la línea moderna del monumento a Cánovas, tuvo un primer emplazamiento en un parapeto rocoso de los Jardines de Picasso y, ante el vandalismo continuado, el naturalista terminó a la sombra de los pinos, en el Parque del Morlaco.
No es desde luego el caso del monumento al Comandante Julio Benítez, mencionado ayer, obra de Julio González Pola. Situado en el Parque, el exuberante camuflaje de palmeras que lo rodea parece evocar a uno de los últimos de Filipinas o a un combatiente de la Guerra de Cuba, cuando en realidad el soldado malagueño se batió el cobre y perdió la vida en el desértico y rocoso escenario del Rif.
Ya puestos a que recordara la famosa posición de Igueriben, el Ayuntamiento podía pensarse trasladarlo al parque dedicado al querido verdialero Andrés Jiménez Díaz, en el Puerto de la Torre. La zona verde, por sus peladas hechuras, evoca el severo paisaje del Rif, en especial en la cima de su meseta, una oda a la insolación. O eso o hacer algo más visible el monumento de cara a su centenario en 2026.
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