Opinión | La señal

Califato segundo año triunfal

Ya quedaron atrás aquellos primeros momentos de desconcierto, huidas y ocultamientos en casas ajenas, nadie estaba salvo en lugar alguno y muchos pensaron que era mejor entregarse y, sobre todo, convertirse al Islam y solicitar clemencia para seguir vivo nadie sabe cuánto tiempo. Los ahorcamientos en la Plaza del General Torrijos, donde antaño estuvo la Fuente de las tres Gracias (o Ninfas), pronto reducida a escombros por los talibanes y cuantos se les sumaban, recién convertidos a la nueva fe, atraían un numeroso público siempre en domingo, día ya no festivo.

Los cambios de nombres de las calles y plazas fueron una de las primeras iniciativas que se llevaron a cabo y sin oposición alguna. Quien domina nombra. Yahia Boushaki, Bab al-Saghir, Avenida Chuy… y los malagueños de origen y los recién llegados pronto se acostumbraron a los nuevos nombres. Pero quizá el cambio legal más sobresaliente fuera la Ley del Olvido Histórico, que explicaba cómo había acaecido el Califato, cómo todos los habitantes de ciudades y pueblos debían el cumplimiento fiel de la sharia, respeto a los nuevos gobernantes y tradiciones musulmanas y ejemplificaba qué podía pensarse y decirse sobre los tiempos anteriores a la llegada de los muyaidines, que no habían sido si no siglos de corrupción y degradación moral, y desde la instauración del Califato, Al lahu-ákbar.

Aprender árabe, llevar el rosario musulmán, el tasbih o masbaha, que principalmente sirve para los musulmanes poco aplicados que no se saben todos los nombres de Dios de memoria, era poco menos que un salvoconducto para seguir el camino de cada uno. El Corán, en versiones de bolsillo, pronto fue el libro más vendido, y allí donde hubo librerías paganas en otro tiempo ahora solo se vendían textos musulmanes, y el primero de ellos, sin duda, la palabra de Dios revelada a Mahoma por intermediación del arcángel Gabriel.

El Ayuntamiento de los infieles, ahora Qaeat almadina, seguía cumpliendo la mayoría de las funciones de antaño, pero lo más sobresaliente fue la continuada pertenencia al mismo de un antiguo concejal que ahora servía con el mismo celo a los guardianes del Islam.

Toda la península y las islas habían sido tomadas por las tropas que desembarcaron en el Levante entonces español. También en Marruecos se había izado la bandera que regía en los numerosos países conquistados, una inscripción impresa en negro sobre fondo blanco, la shahada, o profesión de fe islámica. En el continente europeo, solo Francia resistía como una inmensa isla, aunque con focos guerrilleros en su interior. Rusia no había caído, pero sí los catorce países con los que hace frontera, y en su extremo noreste, en el que solo ochenta y seis kilómetros, los del estrecho de Bering, la separan de los Estados Unidos, reinaba la inquietud por si caía la que fuera otrora gran potencia mundial, ahora sumida en un gobierno errático al frente del cual estaba un anciano que se enfadaba y tosía con preocupante frecuencia. Ni Gran Bretaña, Israel, China, Australia, Nueva Zelanda e India estaban en manos de estos guerreros venidos de los cuatro puntos cardinales y del interior de muchos países. Por supuesto, de la UE no existía ni el recuerdo, y en cuanto a la ONU esta trasladó su sede a Karachi (Pakistán) y era solo un Consejo de los representantes de los países conquistados.

Una de las grandes preocupaciones de los habitantes de Málaga, como en todo el Califato, seguía siendo que las naciones que no se habían rendido y mantenían sus gobiernos democráticos legítimos, atacaran por sorpresa y con todas sus armas, incluido el armamento nuclear, a esta nueva comunidad extendida por casi todo el planeta. Por eso, Gibraltar se alzaba como una poderosa amenaza para los nuevos conquistadores. Los países libres habían desechado desde el primer momento la idea de que mediante el diálogo se pudiera retrotraer la situación a agosto de 2021, cuando los talibanes entraron en Kabul, la capital afgana, y desde allí y desde otras direcciones se expandieran sin freno. Ese proceso fue rapidísimo y ahora solo quedaba la fuerza de las armas para hacer valer gobiernos e instituciones libres. Pero tendrían que ser golpes muy fuertes, certeros y al mismo tiempo los que devolvieran la libertad secuestrada.

Antonio Machado lo dejó claro:

Señor, ya me arrancaste lo que

yo más quería.

Oye otra vez, Dios mío, mi

corazón clamar.

Tu voluntad se hizo, Señor,

contra la mía.

Señor, ya estamos solos mi

corazón y el mar.