Opinión | La señal

El Cibergedón

Eran las 17.40. Algo grave pasaba. Oí a través de la puerta de la calle que la hija menor de la vecina del sexto, Damaris, gritaba como una posesa, la madre pedía ayuda… Yo no supe ni remotamente qué pasaba, pero la vida de la ciudad se alteró de golpe, fue como un tsunami que llegara a la tierra y ¡blooom! Por la ventana vi que unos niñatos que todas las tardes tomaban el parque y trapicheaban saltaron de golpe del muro y agitando sus móviles como si quisiesen que les devolvieran algunas monedas que se habían tragado los dispositivos los agitaron frenéticamente esperando no se sabe qué, y como no obtuvieron la respuesta que compulsivamente deseaban, la emprendieron a pedradas y con visible rabia contra las pocas farolas isabelinas que todavía quedaban en pie.

El ulular de las sirenas de la policía y ambulancias fue constante desde poco después de esa hora. Puse la radio y la noticia acaparaba casi todas las emisoras, Facebook, Instagram, Whatsapp y Messenger se habían caído y millones de afectados en todo el mundo entraban en shock, como ahora dicen los cursis. Qué lástima que Tom Wolfe no estuviera aquí para tomar nota en su viejo bloc rojo fosforito de la tragedia más contemporánea de todas. Eso sí que sería Nuevo Periodismo. Y, mira, que no habíamos abandonado del todo la pandemia del coronavirus, pero ya se sabe que las plagas de Egipto fueron diez, así que todavía hay unas cuantas esperándonos ahí fuera. ¡Por Dios!, ¿qué es ese grito?, la niña del sexto se había arrojado al vacío y con un golpe seco sobre un patinete tirado en la acera acabaron sus sufrimientos. Mi atención ahora la recababan los chicos del parque, que se revolvían en el suelo con dos policías locales que intentaban esposarlos... Mis ojos no sabían a dónde acudir…

Me fijé que el reloj de Whatsapp de mi móvil se quedaba dando vueltas, mareado, y los mensajes ni salían ni llegaban, la verdad es que me divertía, era algo tan nuevo…, yo sabía que tenían que pasarme cosas inauditas después de la caída del Muro, de las Torres Gemelas, la llegada de Casado a la presidencia del PP, Bergoglio en el Vaticano, los comunistas en el Consejo de Ministros de un país de la OTAN…

El problema tecnológico, por llamarlo de algún modo, afectó a todas las operaciones de carga de contenido, como publicaciones, fotos o comentarios, tanto en Facebook como Instagram, y al envío de mensajería de Whatsapp, claro. Poco después me enteré de que los mentirosos ejecutivos de Facebook rebajando la gravedad de la incidencia decían en un comunicado que «tenemos constancia de que hay personas…», ¿cómo personas?, ¡millones de personas!, lo que no sabía en ese momento es que los talibanes seguían usando Fb con toda normalidad, Donald Trump no, eso sí. Mark Zuckerberg lo estaría pasando realmente mal. Después del palo de The Wall Street Journal, que descubrió cómo la red es utilizada por los grandes cárteles mexicanos de la droga o los number one de la trata, el chico ha quedado, digamos que tocado, y eso que aprendió a surfear este verano, por fin, en Hawái, qué pena, tanto talento para esto. Frances Haugen, la ex empleada de Menlo Park, California, y garganta profunda del gigante, denunció con papeles cómo Instagram es tóxica para las adolescentes y por qué prima el beneficio sobre la seguridad en la compañía. Por cierto, que esta empezó la sesión bursátil de las filtraciones en rojo y terminó también en rojo pero rojo magma, como el volcán de La Palma, dejándose en el parqué un buen pellizco. Y es que el Cibergedón le puede a Mark, y a Jeff Bezos, a Jack Dorsey y… a tantos. Porque la sangre son los datos. En ese momento, tocó el timbre de la puerta el joven del quinto, que estudia Telecos en la UMA, y nos dijo a los vecinos que podíamos estar tranquilos, que la situación se había restablecido, todo había sido un problema de cambios de configuración en los servidores... En ese momento saltamos y nos abrazamos, felices, gritando ¡estamos salvados! Rubén Darío escribió:

Verdugos de ideales afligieron la tierra,

en un pozo de sombra la humanidad se encierra

con los rudos molosos del odio y de la guerra.

¡Oh, Señor Jesucristo! por qué tardas, qué esperas

para tender tu mano de luz sobre las fieras

y hacer brillar al sol tus divinas banderas!