Opinión | El contrapunto

Dinamarca, la reina valiente

Aquella joven princesa sueca, Ingrid, demostró una fortaleza de espíritu poco común.

Aquella joven princesa sueca, Ingrid, demostró una fortaleza de espíritu poco común. / L. O.

Aquel pequeño grupo de personas esperaba en la entrada principal del legendario Hotel Los Monteros de Marbella. Ya había anochecido en aquella tarde, en los comienzos de noviembre de 1976. Nos congregaba la llegada de Su Majestad la reina Ingrid, también conocida como la Reina Madre de Dinamarca. Allí estaba don Ángel Fernández de Liencres, marqués de Nájera y Donadío, en representación del consejo de administración de Los Monteros. Al que acompañábamos el subdirector del hotel, mi colega y buen amigo, don Gonzalo Lasso, y este servidor de ustedes. Que en aquellos años tuvo el inmenso honor de oficiar como director de aquel hotel marbellí. A poca distancia esperaba también un grupo de huéspedes del hotel, daneses y suecos. Deseaban dar la bienvenida a la Reina Madre. Los suecos también. Su Majestad era un miembro muy importante de la Familia Real de Suecia.

El eficiente cónsul de Dinamarca ya nos había avisado desde el aeropuerto de Málaga de la salida con rumbo a Marbella de la reina Ingrid y su comitiva. Era obvio que estábamos viviendo unos momentos históricos. Eran tiempos emocionantes. La transición política española estaba terminando su andadura con matrícula de honor. Nos dábamos cuenta de que se admiraba a España. Ya sabíamos, gracias a fieles clientes daneses de Los Monteros, que la Reina deseaba desde hacía tiempo conocer aquel mítico hotel de Marbella y su hermoso campo de golf. Del que tanto le habían hablado. Es verdad que en épocas anteriores el gobierno danés había aconsejado discretamente a Su Majestad el posponer su visita a España – aunque ésta tuviera carácter privado – hasta que la situación política de nuestro país discurriera por cauces institucionales más cercanos a los de la Europa democrática. También contribuyeron a que esta visita real se realizara los estrechos lazos entre la reina Ingrid y los reyes de España. El 28 de agosto de 1976 la Reina Madre llegó al palacio de Marivent en Mallorca, donde se hospedó, como invitada de honor de Don Juan Carlos I y Doña Sofía. La inminente llegada de la que era la ejemplar soberana constitucional de un modélico país amigo, el Reino de Dinamarca, nos emocionaba. Finalmente la reina Ingrid podría conocer Los Monteros y la famosa ciudad turística de Marbella. En principio su estancia sería de casi un mes. Estaba previsto que jugaría al golf todos los días en Río Real. El espléndido campo de 18 hoyos de Los Monteros, obra capital del maestro Javier Arana.

Habían pasado ya muchos años desde el día (el 24 de mayo de 1935) en el que la entonces princesa Ingrid Victoria Sofia, hija del rey de Suecia, Gustavo VI, contrajo matrimonio con el príncipe heredero de Dinamarca. El primero en la línea de sucesión al trono danés. La boda en el Palacio Real de Estocolmo fue parte de un emocionante cuento de hadas. Como lo fue el viaje de los recién casados en el yate real, surcando las aguas del Báltico, desde la capital de Suecia hasta Copenhague. Pero todo voló en mil pedazos cuando los ejércitos de la Alemania nazi invadieron unos pocos años después el Reino de Dinamarca. Violando la neutralidad y las fronteras del pequeño y pacífico país escandinavo.

El rey danés y la Familia Real decidieron compartir con su pueblo los malos tiempos que se avecinaban, rechazando la opción de refugiarse en la vecina y neutral Suecia o en el Reino Unido. La Gran Bretaña era entonces el único país europeo que seguía combatiendo contra la tiranía nazi. Aquella joven princesa sueca, Ingrid, demostró una fortaleza de espíritu poco común. Su valentía, unida a su integridad moral y su férreo sentido de la dignidad de la Monarquía, hicieron muy visible ante el pueblo danés la ejemplaridad que representaba su actitud de helado desprecio hacia los ocupantes. Su presencia en las calles de Copenhague, vestida modestamente, pedaleando en su bicicleta, recordaba a los ciudadanos daneses que la princesa había rechazado el lujoso automóvil oficial ofrecido por las autoridades militares del Tercer Reich. Para los daneses, la joven princesa y su valentía se convirtieron en una llama de esperanza en aquellos tiempos oscuros.

A partir de aquella tarde, la Reina Madre regresó, durante muchos años, a sus otoños en Los Monteros. Era obvio que para ella y para sus damas de honor, el hotel y la cercana Marbella eran algo muy especial. Todos los que trabajábamos en aquel hotel esperábamos cada año, con una mezcla de respetuoso afecto y agradecimiento, su llegada de noviembre. Al que ya considerábamos el mes de la Reina Madre. En 1980 el Reino de España le concedió, como reina viuda de Dinamarca, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Falleció el 7 de noviembre del año 2000, a las cuatro y media de la tarde. En su residencia del palacio de Fredensborg. Tenía 90 años. Recibió cristiana sepultura junto a su marido en la catedral de Roskilde, donde reposan 20 reyes y 17 reinas de Dinamarca. Todas las familias reales de Europa guardaron luto. Fue una gran reina. Y sobre todo fue una gran y ejemplar ciudadana europea, además de una leal amiga de España.