Opinión | EL CONTRAPUNTO

El Gstaad Palace, un hotel perfecto

El Gstaad Palace, un  hotel perfecto.

El Gstaad Palace, un hotel perfecto. / L. O.

En 1911 se terminó la construcción de la línea del ferrocarril que uniría a las legendarias ciudades suizas de Lausanne y la de Montreux y su castillo, en el lago Lemán, con el Oberland Bernés. El punto de encuentro sería un lugar aislado y agreste, Gstaad, enmarcado por un atractivo paraje alpino, en un valle formado por el río Saane, al que rodeaban montañas majestuosas, bosques y prados color esmeralda. Siempre tuvo éste cierta fama entre los lugareños, por la calidad de sus quesos y por albergar desde el siglo XV una hermosa capilla dedicada a San Nicolás. Los habitantes de Gstaad entonces no lo sabían. Pero estaban camino de incorporarse al mundo del gran turismo, gracias a aquel tren, que nunca hubiese existido sin la fuerza de voluntad y la visión genial de un diputado del parlamento cantonal, el señor Karl Reichenbach. La audacia del trazado de aquella vía férrea permitió salvar formidables obstáculos naturales. Todavía se recuerda el nombre de aquel tribuno en la impresionante Reichenbachkurve, famosa por su trazado, no recomendable para personas sensibles al vértigo.

Gstaad esperaba desde hacía siglos en su pintoresco entorno campestre, en uno de los lugares más bellos de la Europa central. Por ello, la llegada del tren representó la aparición por aquellos parajes de atrevidos visitantes y excursionistas, amantes de la naturaleza, tanto en las nieves invernales como en verano. Un día unos perspicaces empresarios suizos decidieron que no sería mala idea levantar allí un gran hotel para atraer acaudalados turistas de todo el mundo. A partir de ahí todo fue muy rápido. Se creó una sociedad mercantil: la ‘Royal Hotel Winter et Gstaad Palace’. Los capitales aportados permitieron la adquisición de un terreno de 32.000 metros cuadrados que dominaba el pueblo desde una colina cercana. Los patronos decidieron acometer la construcción de un espléndido edificio neoclásico que pudiese albergar a 250 huéspedes en 150 habitaciones, de las cuales 50 incluso disfrutarían de cuarto de baño privado. Con novedades como la electricidad y el servicio de teléfono y con todo el confort y el lujo de los mejores hoteles de la época. La solemne apertura del Gstaad Palace se celebró el 8 de diciembre de 1913. Y por supuesto nació como un nuevo Palace de gran clase internacional, para la mayor gloria de aquel grupo de hoteles refinados, elegantes y perfectos, que tanto prestigio estaban dando a la inteligente y joven industria turística suiza. Pero en el verano de 1914 llegaron unos nubarrones amenazadores a aquel panorama feliz. El comienzo de la Primera Guerra Mundial fue desastroso para el flamante Palace de Gstaad. Aunque Suiza era neutral, los países que la rodeaban no lo eran y rápidamente las habitaciones ocupadas por una distinguida clientela internacional se fueron quedando vacías. A finales de agosto de 1914 el hotel tuvo que cerrar. Con el fin de las hostilidades a finales de 1918, el Palace abrió de nuevo sus puertas. Retomando su papel como un entrañable gran hotel, donde la hospitalidad era tan acogedora que más de un visitante llamaba al hotel «la pensión familiar más grande y lujosa de Suiza». El Palace inauguró esta nueva etapa de su existencia con un dinámico programa de mejoras y reformas. Pronto sus huéspedes podrían disfrutar, además de toda la gama de los deportes de invierno y del senderismo, de los placeres de una piscina, un campo de golf y un club de tenis. Los años 20 fueron una de las mejores épocas en la historia del Palace. Numerosos personajes famosos descubrieron los encantos de un hotel mágico.

Pero el hundimiento de Wall Street en octubre de 1929 empezó a proyectar nuevas sombras amenazadoras sobre el mundo de los grandes hoteles europeos. Y el Palace no fue una excepción. El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 trajo tiempos muy difíciles. Aunque el hotel tenía una formidable arma secreta. El matrimonio Scherz-Berzzola, los antiguos directores del Carlton de Saint-Moritz, se hicieron cargo de la dirección del Palace de Gstaad en 1938.

En medio de una Europa de nuevo en llamas, la neutral Suiza se vio obligada a cerrar sus fronteras. El hotel, ocupado por un pequeño contingente de refugiados extranjeros, apenas pudo mantener a duras penas sus puertas abiertas. El director, el señor Scherz, se incorporó a filas en el ejército suizo, garante de la neutralidad de ese pequeño y valeroso país. La señora Scherz administraba la empresa y además se ocupaba de la pequeña granja y del huerto que habían improvisado en los jardines del hotel para suplementar las ajustadas raciones de alimentos.

En 1945 finalmente terminó la guerra. Duros tiempos fueron aquellos. El hotel estaba financieramente comatoso. Los Scherz y sus colaboradores no se rindieron. En el último minuto consiguieron de amigos y antiguos clientes los préstamos de los fondos necesarios para neutralizar los intentos de compra del Palace por un implacable empresario alemán. Ganaron la batalla; y el Palace empezó a recuperar el terreno perdido. Tuvieron unos aliados maravillosos: entre otros, Maurice Chevalier, Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. Ellos amenizaban aquellas noches prodigiosas del Palace de la posguerra. Los grandes personajes regresaron…

Poco a poco el Palace alcanzó una vez más unos niveles de excelencia que le devolvía con todos los honores su puesto en lo más alto del ranking de los grandes hoteles del planeta. Después de 30 años llegó el momento del relevo para el matrimonio Scherz-Berzzola. En 1968 pasaron el timón del Palace a su hijo Ernst Andrea y a su esposa Shiwa. En 1970 se inauguraron la piscina interna iluminada con luz solar artificial, el Spa y uno de los más exitosos night-clubs de Europa: el GreenGo. Una importante novedad fue también la construcción de un anexo de gran lujo, Les Chalets du Palace, con 12 apartamentos. El 1 de enero del 2001 el nieto del matrimonio Scherz-Berzzola, Andrea Scherz, fue nombrado director general del hotel. La línea ascendente del Palace de Gstaad se convirtió en algo más que un mito. Sus nuevos salones de reuniones y banquetes se unieron a cinco espléndidos restaurantes de gran clase internacional, como el Gildo’s, el Sans Cravate o La Fromagerie, sin olvidar el espectacular y nuevo Spa. Con el complemento de 104 habitaciones, estética y funcionalmente perfectas. Con la joya de la corona, la Penthouse Suite, en el ático del Palace, a la que acompañan muy dignamente las dos Tower Suites.

Los huéspedes del Palace de Gstaad saben que tienen en aquel hotel una segunda casa en ese rincón paradisíaco de los Alpes suizos. Sobre el que pueden volar en uno de los globos aerostáticos que el hotel pone a su disposición cuando deseen comprobar que el cielo es el único límite para un gran hotel.

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