Opinión | El contrapunto

Le George V, París

Hay hoteles a los que guardamos celosamente en la memoria desde que conseguimos pasar en ellos unos días perfectos. Quizás porque sus vibraciones, su arquitectura y su filosofía vital pertenecían por méritos propios al mundo de las obras maestras. O porque todo ocurría con el telón de fondo de engranajes mágicos, frutos de raras perfecciones. Iban éstas desde un personal que rozaba el estado de gracia profesional, hasta una cocina sublime o una bodega milagrosa. O porque desde sus ventanas se divisaba uno de los paisajes más bellos del mundo. Y hay también hoteles que conservamos cuidadosamente entre nuestros recuerdos por motivos que no tienen nada que ver con los mencionados en el párrafo anterior. También éstos merecen un particular respeto.

En el número 20 de la avenida George V, en París, había una excelente sastrería y camisería. Las etiquetas que conservan las prendas que adquirí allí hace bastantes años me recuerdan que ésta se llamaba Dubsôn. Era un lugar muy especial. Muy parisino, muy civilizado y sobre todo nada caro. Practicaban una modalidad a medio camino entre el ‘prêt à porter’ y el corte a la medida. Francamente valía la pena confiar en su maestría. Por una cantidad muy razonable se podía conseguir allí un traje o una chaqueta con toda la pinta de haber costado una más que respetable cantidad de los francos de entonces. Los artesanos de la casa conseguían en unas pocas sesiones ennoblecer un buen traje, incluso un smoking, unos pantalones de franela gris o una robusta chaqueta de ‘tweed’ escocés.

Gracias al maestro J.C. Dubsôn, me fui convirtiendo también en un experto observador del vecino Hotel George V, en el 31 de la avenida parisina del mismo nombre. Bueno, el George V a secas, como ellos prefieren ser conocidos. Un día, mientras esperaba mi turno en la sastrería, pensé que no sería una mala idea tomar un té y leer el periódico en aquel hotel que llevaba el nombre de un muy admirado monarca británico, tan solo a unos metros de allí. La verdad es que me habían hablado de las excelencias del George V y siempre bien. La primera impresión que recibí al entrar en el hotel no pudo ser mejor. El ambiente y la decoración de la recepción y los salones, con unos tapices maravillosos, no producían ni una sola nota discordante. Pero lo mejor era el paisaje humano. Tanto los huéspedes como los empleados eran impecables. Igual que la decoración, discretamente elegantes. Con una particular capacidad para que alguien que obviamente no estaba alojado en el George V se sintiera inmediatamente mejor que en su casa. En cuanto a los huéspedes era reconfortante ver que todavía había gente que sabía añadir con su presencia un valor muy especial al hotel donde se alojaban y no al revés.

A partir de entonces me convertí en un discretamente fiel visitante de ese añorado hotel, al que aprecio y admiro profundamente, aunque verdaderamente no sé por qué. Nunca me alojé en él. En París tenía este servidor de ustedes un viejo compromiso de leal amistad hotelera con el gran Pierre Jammet, el antiguo propietario y mítico director general del Bristol, en la rue du Faubourg Saint-Honoré. Así lo hice constar en varios artículos que dediqué hace años a aquel gran maestro, siempre con respeto y afecto. También estaba el Ritz de la Place Vendôme. También alma mater insustituible. Recuerdo que una vez, al estar ambos hoteles completos, intenté conseguir una habitación en el George V. No pudo ser. También ellos estaban completos. Descubrí al final un simpático pequeño hotel en la Place de la République. Fue una grata experiencia.

Recuerdo que el más grande de los excelentes directores que pasaron por el George V, André Sonier, decidió que su hotel utilizaría un slogan que no dejaba de producirme cierta perplejidad. «Le plus parisien des Hôtels». El más parisino de los hoteles. Me llamó la atención tan pronto como vi aquel slogan que anunciaban las elegantes cajetillas de cerillas colocadas en los ceniceros del salón. De todas formas era innegable la fuerte identidad parisina de aquella augusta casa de la avenida George V, con su hermosa fachada Art Déco, muy cerca de los Campos Elíseos.

No fueron fáciles los comienzos del George V. El inicio de su construcción coincidió en 1929 con el hundimiento de la Bolsa de Nueva York y el comienzo de la brutal recesión económica de los años treinta. M. François Dupré, el primer propietario del hotel, nunca lo tuvo fácil. Los duros años treinta, la Segunda Guerra Mundial, la derrota de Francia y la ocupación alemana y las lentas etapas de la recuperación económica. Se necesitaron muchos años de esfuerzos para sacar adelante a aquel admirable hotel. De una innegable gran clase internacional. Como siempre lo fue y lo sigue siendo.

Al final de la década de los sesenta – en 1968 - el hotelero británico de origen italiano Sir Charles Forte adquirió las acciones del George V. El hotel estaba en sus horas más bajas. Los años difíciles habían pasado una factura agobiante. Afortunadamente el duro y eficaz Sir Charles tenía los medios para pagarla sin problemas. Al mismo tiempo adquirió otro gran hotel parisino, el Plaza-Athenée. Inyectó grandes cantidades de dinero en ambos y para el George V, el que tenía una situación más delicada, fichó a uno de los grandes directores de la época: el gran André Sonier. El que fuera el artífice de los éxitos del Hôtel Carlton en Cannes.

Aparte de darle una nueva vida a la augusta casa, Sonier tuvo dos brillantes iniciativas. La primera, fue la de poner en valor la extraordinaria colección de obras de arte que el fundador del hotel, Monsieur Dupré, había ido acumulando en el George V. Y la segunda fue utilizar con toda su energía – y ésta era legendaria – sus contactos en el mundo del cine. Pronto consiguió hacer posible que la experiencia de encontrarse con algún famoso de Hollywood en el hall de entrada o en el bar o en Les Princes, el restaurante del George V, fuese algo tan grato como rutinario.

Por lo tanto, el hotel ya no sólo disponía de unas formidables armas secretas en sus valiosas obras de arte: los soberbios Gobelinos de la planta noble, la espectacular colección de grandes cuadros, (entre ellos un Renoir, ‘El jarrón de rosas’), los relojes y los objetos de arte, dignos del mejor de los museos, las esculturas, como el famoso busto de Napoleón, obra del maestro Houdon, o las espléndidas chimeneas renacentistas. Todos esos tesoros tuvieron unos eficaces aliados en Gina Lollobrigida, Jeanne Moreau, Michael York, Peter Ustinov, Burt Lancaster, Yul Brynner, Roger Moore, Danny Kaye. Gracias a Sonier y a su mentor, Sir Charles Forte, el George V, a partir de los años setenta, se convirtió en uno de los hoteles más fascinantes de París. Tampoco descuidó el maestro Sonier las artes culinarias en el George V. Les Princes, su creación, se convirtió en uno de los grandes campos de estrellas parisinas de la guía Michelin. En la estela del gran maestro Sonier, los diferentes directores que le siguieron hicieron un buen trabajo. El hotel tuvo durante aquellos años una venturosa navegación. En 2008 tomó posesión del George V su nuevo propietario: el Príncipe Al-Waleed bin Talal bin Abdul Aziz Al-Saud, miembro de la familia real saudí. Su Alteza tuvo la feliz idea de confiar la gestión del venerable George V a la canadiense Four Seasons, una de las más prestigiosas cadenas de hoteles de gran lujo del mundo.

El George V está espléndido. Casi se podría decir que está mejor que nunca. El personal sigue siendo extraordinariamente competente y amable. Absolutamente «doué» para convertir su profesión en algo digno de ser considerado uno de los patrimonios de la Francia eterna... Los tesoros nos siguen fascinando. Las amplias habitaciones y los no menos amplios cuartos de baño están insuperables. Las flores de los salones se cambian dos veces al día. Pude dar fe de ello. Lo comprobé no pocas veces, mientras esperaba a mis amables sastres, tomando el té en aquel inolvidable hotel parisino, que nunca aspiró a ser el más deslumbrante de París.

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