Opinión | Barraca y tangana

Fue queriendo

En ese partido de Marsella, Aubameyang marcó un golazo en una vaselina escorada y sutil, con un toquecito de ensueño. Pero fue sin querer

Ultras del Olympique de Marsella

Ultras del Olympique de Marsella / Europa Press

El Villarreal jugó en Marsella. En el fondo del estadio que habitualmente ocupan los ultras, por lo visto, no había ultras. Leí que el uso de bombas de humo y de punteros láser, entre otras historias, había provocado que la UEFA los sancionara con el cierre de la grada. Sin embargo, después se ablandó un poquito y permitió que dos mil niños ocuparan esos asientos. Ultras o niños: cualquiera que haya ido a un cumpleaños infantil sabe qué da más miedo. El verdadero infierno.

Es broma, eh, que nos conocemos. Yo voy a tope siempre con los niños, y los defiendo. Tengo varios en casa, de hecho.

Al hilo, diré que hace poco leí un par de noticias sobre los últimos datos de nacimientos. Los de 2023 dejaban al país por los suelos. Eran los peores registros desde la posguerra, en los años 40. Leí también a mucha gente preocupada por el futuro, por las pensiones y por asuntos serios. En cambio, al leer que el año pasado habían nacido pocos niños, yo pensé en algo bueno. Pensé que así mi hijo Álvaro, que nació en julio, tendrá menos competencia y más posibilidades de jugar en Primera. Lo sé. Soy un mal ciudadano, pero al menos soy honesto. Probablemente esté enfermo.

En ese partido de Marsella, Aubameyang marcó un golazo en una vaselina escorada y sutil, con un toquecito de ensueño. Pero fue sin querer, y lo sé porque yo marqué uno exactamente igual en un partido de categoría cadete en Moncofa. Quise centrar y me salió la parábola perfecta. Cuando vinieron mis compañeros a abrazarme, dieron por hecho que había sido suerte. El delantero lo sabía mejor que nadie, porque le había mirado antes de levantar el ‘no centro’.

Al descanso, el entrenador me preguntó por ello. Agradecí que me tuviera en tan buena estima, y que llegara a valorar la remota posibilidad de que hubiera hecho a propósito aquella obra de arte, pero confesé. Quizá por eso o quizá no, me cambió en el segundo tiempo. Soy un mal futbolista, pero al menos soy honesto.

Quizá también por eso o quizá no, en la temporada siguiente retrasaron mi posición y la pasé jugando de defensa central, muriéndome por dentro. Quizá si hubiera dicho que firmé aquella genialidad a propósito habría seguido jugando cerca del área y unos años después, sin duda, habría ganado el Mundial en Sudáfrica. No sé cuánto tiempo podría haber sostenido el cuento.

El caso es que después, en juveniles y de vuelta al centro del campo, marqué un gol olímpico en un partido contra el Moncada. Este fue queriendo. El portero se había hecho daño en la acción anterior. Salieron a atenderlo y se quedó algo mal ubicado, muy cerca del primer palo, y ajustándose el guante. Enrosqué el golpeo del córner al segundo y me salió perfecto. Tocó en el poste y acabó dentro. Cuando vinieron mis compañeros a abrazarme, dieron por hecho que había sido suerte. El entrenador ni me preguntó por ello. Diría que ni siquiera mis padres me creyeron. La lección cae por su propio peso y se la explicaré a Álvaro lo primero: en el fútbol no se puede ser honesto.

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