Memorias de Málaga

Dos historias de cine en Málaga

La diócesis de Málaga intentó patrocinar el estreno de una película en un cine de la capital, con sorprendentes resultados - Llamativa fue también la ‘luminosa’ idea de Ramón, antiguo vecino de un cine de Málaga

Fotograma de ‘Marcelino, pan y vino’.

Fotograma de ‘Marcelino, pan y vino’. / L. O.

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Cuando yo ejercía la crítica cinematográfica en Radio Nacional de España (comenté más de siete mil películas estrenadas en Málaga entre 1949 y 1982, aparte las de los festivales de cine de autor), los géneros más protegidos por el Gobierno de España eran el bélico y el religioso; el bélico se concentraba en la exaltación patriótica y hechos históricos, como ‘Agustina de Aragón’ y ‘Los últimos de Filipinas’, y las menos antiguas ‘El santuario no se rinde’, ‘Raza’, ‘A mí la Legión’…

El otro género protegido era el religioso. Dejando a un lado ‘La canción de Bernadette’, que era norteamericana y que fue de las más celebradas, en Madrid y Barcelona, donde estaban los estudios cinematográficos más acreditados (CEA, Ballesteros, Roptence, Chamartín… en Madrid y Orphea, Trilla, IFI…en Barcelona), se rodaron entre otras ‘La mies es mucha’, ‘Misión Blanca’, ‘Marcelino pan y vino’, ‘Molokai’, ‘Cerca del cielo’, ‘El judas’, ‘Reina Santa’, ‘El milagro de Fátima’…

Estas películas fueron merecedoras del calificativo «de interés nacional», distinción reservada a películas de uno y otro género, el bélico y el religioso. Recibían ayudas y prebendas que se negaban a las de otros temas a la hora de calificar las ayudas estatales en forma de concesión de licencias para importar películas extranjeras, preferentemente las norteamericanas.

Tras este breve prólogo voy a relatar una de esas historias o anécdotas registradas en Málaga relacionadas con el cine.

Dos historias de cine en Málaga

Iluminación del Teatro Cervantes para la sesión inaugural del Festival de Cine de 2001. | RAFAEL DÍAZ / Guillermo Jiménez Smerdou

Patrocinio de un estreno

En Madrid era muy frecuente que una entidad pública o privada patrocinara el estreno de una película; el patrocinio llevaba consigo destinar la recaudación del estreno a una obra benéfica como la Cruz Roja, una entidad cultural, ayuda a una colectividad, etc., lo que hoy se engloba en ONG.

Ante el anuncio de un cine de Málaga (no digo cuál) del estreno de una película religiosa (omito título), el vicario de la diócesis de Málaga, don Francisco Carrillo (cito su nombre) pensó que sería bueno patrocinar su estreno a cambio de alguna cantidad o donativo con destino a las obras del Obispado o de las parroquias más necesitadas de ingresos para que pudieran hacer frente a las necesidades más perentorias, lo que hoy lleva a cabo Cáritas Diocesana.

El bueno de monseñor Carrillo fue a visitar al empresario del cine que iba a estrenar la película religiosa anunciada y le sugirió la posibilidad de que el Obispado patrocinara el estreno.

Al exponerle al empresario su idea, la respuesta no fue la esperada, y para justificar su negativa le dijo al vicario que la Iglesia tenía prohibido patrocinar películas. Don Francisco Carrillo, ante la inesperada justificación, se atrevió a comentar que desconocía que existiera tal prohibición. El oponente defendió su postura, y para que quedara claro que era verdad, le espetó: «Me lo ha dicho un cura». El vicario, sorprendido de que un sacerdote de la diócesis hubiera hablado de tal prohibición, se interesó por el nombre: «¿Puede decirme qué sacerdote le dijo eso?». El interrogado, le soltó: «El padre Potaje».

Ante el fracaso de su intento de que la Iglesia de Málaga patrocinara la película religiosa de próximo estreno, muy tranquilo dio por terminada la entrevista. A modo de despedida, muy educadamente le dijo que en el clero de Málaga no había ningún sacerdote con ese extraño apellido.

Se acabó la historia. Pero no del todo. No fijo el año para que nadie investigue por curiosidad la segunda parte… y quizás última.

En el mismo tiempo que ocurrió lo que acabo de narrar, en el clero malagueño figuraba un sacerdote de una sólida formación académica (no recuerdo si era licenciado en Física o Química), que tenía fama de gustar de una buena mesa. Los que le rodeaban y conocían el buen yantar del sacerdote, en ‘petit comité’, le conocían por el «padre Potaje».

En una colaboración de hace unos años comenté lo sucedido en una cena en la Butibamba (Fuengirola), donde el plato típico era, y creo que es, huevos fritos con lomo. Al llegar el turno de pedir (yo estaba presente), el camarero le preguntó: ¿Huevo frito con lomo?, a lo que matizó «La unidad de los huevos fritos son dos». Ni el vicario ni el empresario conocían el mote endilgado al sacerdote del clero de Málaga…, supongo.

Dos historias de cine en Málaga

Retirada de postes de electricidad en Nerja en el año 2000. / Fran Extremera

Luz gratis

Tampoco voy a revelar ni el nombre del cine ni el del avispado ciudadano, que no era malagueño, pero que por razones de su trabajo fue destinado a Málaga.

El protagonista de esta historia ‘de cine’ un día no acudió al centro de trabajo porque estaba enfermo y dijo que se reincorporaría cuando pasara su malestar. Como sus compañeros de trabajo sabían que vivía solo porque se había separado de su mujer (un inciso, las separaciones matrimoniales eran casi una novedad en aquellos años), una de las compañeras se ofreció a visitarlo, para en nombre de todos, ofrecerle la ayuda que necesitara. Así, al terminar la jornada laboral, se trasladó al domicilio del compañero; la dirección estaba en la ficha con sus datos personales que obraba en la gerencia de la empresa.

Efectivamente, lo del malestar o enfermedad era cierto. Tosía, tenía la voz tomada y quizá tuviera algunas décimas de más.

A la solícita compañera le llamó atención que todas las luces –era la hora del crepúsculo- estaban encendidas y más aún cuando descubrió en la cocina que todo estaba electrificado, cuando eso era un lujo. Horno eléctrico, plancha eléctrica, lámparas por doquier todas encendidas… No comprendía que, con el sueldo normal de la empresa, pudiera costearse aquel despilfarro.

La curiosidad pudo más y se atrevió a comentarle la maravilla de tener todo electrificado; Ramón, que así se llamaba el compañero, con toda sencillez y normalidad, le informó que descubrió que por la azotea de la casa donde vivía pasaba la conducción eléctrica para un cine cercano, y que como sabía de electricidad, conectó los cables de su casa con los del cine.

Y matizó: «Con lo que consume el cine, lo mío es una minucia. No se enteran». El cine cerró varios años después, pero no por el gasto de energía de Ramón. Por descontado que sus propietarios nunca supieron que un avispado y experto en instalaciones eléctricas les estuvo robando durante varios años ‘la luz’, como decimos vulgarmente.

Así de sencillo.

El tal Ramón, al que conocí personalmente, era un cara… y tres o cuatro años después la empresa lo trasladó a la sucursal de Cuenca, si no yerro.

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