Crónicas de la ciudad
Monte Pavero regresa a nuestro Siglo de Oro
Pese a la hilera de contenedores del barrio, una minoría continúa haciendo de su capa un sayo y de la calle un estercolero, justo detrás de los contenedores
La estupenda novela ‘Ladrones de tinta’, de Alfonso Mateo-Sagasta, cuenta cómo el editor de la primera parte del Quijote encarga a uno de sus trabajadores que localice cuanto antes en Madrid al misterioso licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, que ha osado sacar una continuación de la exitosa obra de Miguel de Cervantes.
En ‘Ladrones de tinta’ se escenifica una acción muy común en nuestro Siglo de Oro: el vaciamiento en la calle de orinales, con el aviso de «Agua va» -cuando se avisaba, que no siempre, para infortunio de los viandantes-.
Este gesto casi universal y no sólo de los madriles cervantinos es el que ha surcado los siglos, como el diablo cojuelo surcaba los cielos, para convertirse en tradición en algunos reductos ‘tradicionalistas’ de Monte Pavero.
Como sabrán, una minoría de vecinos se resiste como gato panza arriba a la civilización y opta por lanzar desde sus pisos las bolsas de basura. En lugar de bajarlas en el ascensor y depositarlas en el contenedor, optan por esta discutida disciplina olímpica.
El problema, como contaba hace un par de años una responsable municipal, es que no sólo lanzan desperdicios: a pocos centímetros de esta empleada del Ayuntamiento le cayó un día un microondas.
Para aminorar esta y otras prácticas incívicas -por fortuna sin bajas ni heridos por ahora- se plantó un ejército de contenedores en la calle Albacete, en la confluencia con la calle Genoveses. Se encuentra muy cerca de donde, esta misma semana, esta sección hablaba de una supuesta tribu neolítica de adoradores del vidrio.
También en esta hilera de contenedores la basura no siempre está en formación sino desperdigada, lo que obligó al Ayuntamiento a levantar detrás un muro de contención, para que los desperdicios no cayeran por una ladera repoblada con brachichiton.
Ciertamente, en Monte Pavero no falta interés municipal sino educación en una minoría que añora unos tiempos menos higiénicos, cuando la moda era vaciar todo lo sobrante desde las ventanas y balcones.
Por eso, esta misma semana se acumulaba en la hilera de contenedores una montaña de muebles (y un retrete) y en una pequeña explanada junto a estos, varias capas de basura y escombros, en un mejunje nada nutritivo. Y pese a las medidas de contención, una bolsa de basura yacía en un canalón de pluviales.
Monte Pavero sufre basuras a perpetuidad por cuatro gatos ajenos a la civilización que, quién lo duda, también darían el cante en el Madrid de los Austrias.
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