Opinión | 725 PALABRAS

Una de más

Todo el tramo horario entre las 02.00 y las 03.00 lo recorrimos dos veces con nocturnidad y alevosía, por obra y gracia de la norma establecida en pos del ahorro energético

Una imagen de un despertador.

Una imagen de un despertador. / Sleepy young woman trying kill alarm clock while bury face in pillow. Early wake up, not getting enough sleep, getting work concept. Female stretching hand to ringing alarm willing turn it off

Y una de menos, cuando corresponde. Me refiero a la hora que nos regala el cambio horario de invierno que vivimos anoche. Anoche, a las 03.00, durante sesenta minutos vivimos nuestra particular hora de la marmota. Todo el tramo horario entre las 02.00 y las 03.00 lo recorrimos dos veces con nocturnidad y alevosía, por obra y gracia de la norma establecida en pos del ahorro energético, dicen unos y contradicen otros.

Por mucho que la denuesten las casi cinco mil almas que pierden la vida en el planeta cada sesenta minutos y por más que la aplaudan las más de once mil almas que llegan al mundo durante esos mismos sesenta minutos, cada hora es una especie de pispás ínfimo en el contexto general de una vida. Para una buena medida unipersonal, los valores más importantes del tiempo son los verbos que lo asisten gramaticalmente cuando de lo que se trata es de medir su significado a modo de epítome: haberlo padecido o haberlo disfrutado en sus conjugaciones de presentes acumulados, de eso trata la relación entre la persona y el tiempo, ni más, ni menos. Cada hora conforma el escuadrón de los soldados del tiempo que custodian el principio latino que justifica la acción hic et nunc. Sí, en el «aquí y ahora» es donde reside el resultado de lo por venir cada vez. «Un hoy vale por dos mañanas», nos lego Benjamin Franklin.

Se me ocurre que si todos los habitantes del planeta nos diéramos la mano para actuar al unísono por el bien del hombre y del planeta durante la vigesimoquinta hora que nos regala el día de hoy, algo grandiosamente inmedible ocurriría en la Tierra. Casi ocho mil millones de cerebros y almas al unísono y en el mismo sentido darían para mucho. Para tanto que no puedo imaginarlo. O quizá sí, ítem más: ¿para cuánto daría si juntáramos todas las horas desperdiciadas durante un día por los casi ocho mil millones de almas que poblamos el planeta? Para mucho, muchísimo... ¿O no?

Razonar sesudamente sobre el valor del tiempo tanto da para estados hipnotizantes de éxtasis como para estados idiotizantes de éxtasis. Tanto monta, monta tanto, en la misma proporción. Por más que parezca una verdad de Perogrullo, a las horas solo las esquiva la muerte, que es el fin del viaje para unos y el principio del viaje para otros. Contradictoriamente evidente el asuntillo del morir: el que no se conforma es porque no pone la suficiente afición.

«Nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender». Declamaba el gigante benjamín de los Machado en sus Cantares. Por cierto, siempre me he preguntado qué habría sido de Antonio Machado sin la brillante participación del noi de Poble Sec, allá por el año sesenta y nueve del pasado siglo, que aún sigue vivo.

Las horas se diferencian entre sí por sus dos estados posibles: las horas exultantes y las horas elegíacas. Y llegado a esa afirmación, para aclararla, como consideración ajena a la metafísica, se me antoja oportuno expresar que para evitar que los cubitos de hielo se derritan, una hora es el plazo oportuno para la ingesta de entre dos y tres gin-tonics con sus correspondientes cacahuetes y saladitos varios. Y dicho esto, los menos versados deben saber que el gin-tonic tiene un puntito de magia potagia, así como suena.

Resulta que durante el primero y el segundo gin-tonic no hay remordimiento, después, con el inicio del tercero el cargo de consciencia empuja y se hace presente durante un instante en el que la ginebra y la tónica saben distinto, como a pecado mortal con retrogusto de remordimiento severo salpimentado de culpa. Después, tras unos instantes, se produce la magia a la que aludo: la consciencia de las horas desaparece, la pigricia se esfuma, el lugar se agranda, a las damas y a los caballeros les crecen sus atractivos, los ánimos se agigantan, la prisa se ausenta y el cargo de consciencia y el remordimiento se convierten en una afinada demostración de la exaltada amistad más desinhibida.

–Asturies patria queridaaa, Asturies de mios amoreees. Quien estuviera n’Asturies en toes les ocasiones...

Y tras subir al árbol, de coger la flor y de dársela a la morena de la canción, todos a coro, a todo pulmón:

–Paco, riega esto, que estamos secos...

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